martes, 17 de junio de 2014

Somos el sueño de un gigante dormido

Voci di strada, rumori di gente,
mi rubarono al sogno per ridarmi al presente.
                  Fabrizio de André


"Somos el sueño de un gigante dormido" Aquella frase fue el único recuerdo de aquella noche. Aquel paseo onírico había quedado únicamente en una niebla negra en la que una voz ronca pronunciaba esas palabras, no recordaba más. Con los miembros aún entumecidos y enredados entre las sábanas blancas abrió los ojos pensando en aquella rotunda afirmación: Si somos mera producción onírica todo acto no era más que un esfuerzo fútil. Tosió.

El dormitorio era poco más que la suma de unos escasos metros cuadrados, aunque el resultado era suficiente para alojar una cama, un armario, un escritorio y una mesilla de noche. Las paredes eran un laberinto de frases y palabras, que vistas en conjunto seguramente reflejaban algún estado de delirio mental hasta el momento no diagnosticado. Sobre la mesilla de noche un ejemplar del libro de una edición económica, un vaso vacío y las llaves de la casa. No era tema baladí, si quieres conocer a un hombre pregúntale como es su casa.

La mañana transcurrió tranquila pero no así la tarde y menos la noche. Todo fue pasando desde una perspectiva rutinaria hasta derivar en una verdadera historia kafkiana. Durante las primeras horas de aquel 19 de junio del 2014 lo más destacable era que no había nada que destacar, solo podríamos mencionar que nuestro sujeto sospechoso de ser la ensoñación de un gigante dormido estaba perdido entre los papeles de la oficina, el mal cuerpo heredado de la noche anterior y un calor sofocante... hasta que sonó su teléfono. "¿Pronto?" "¿Em sascehcu?"

No le dio importancia a la llamada. Otra más que últimamente recibía en un idioma extraño. Camino a casa vio el cielo de un color inusual para ser las dos de la tarde, realmente era inusual para cualquier hora del día, el cielo estaba anaranjado y los pájaros gritaban como si estuviera amaneciendo. "Promulgan mis pecados" pensó. Al entrar en su habitación vio su saxofón apoyado sobre la estantería, a modo de adorno. Habría quien diría que eso era herejía, pero algo es algo según su utilidad, si esa cosa deja de utilizarse pierde su nombre hasta que vuelva a ser objeto por su uso. El decidió que mientras que su saxofón no sonase también sería saxofón aunque solo lo fuese como elemento decorativo.

Se puso frente al espejo y se mojó la cara, esperando que el agua le despertase más que el café que acababa de tomar. Su pelo largo y rubio le caía sobre los hombros  y sus ojos verdes estaban inyectados en sangre, había dormido poco y el cansancio le reclamaba las horas perdidas la noche anterior. Una gata maullaba en la ventana. La acarició. Ella le dijo "Somos todo aquello que no nos atrevemos a hacer". Él se frotó los ojos.

Había salido a la terraza a sonar su saxofón. Tenía esperanza de terminar una canción que había empezado una semana atrás pero de la que apenas había logrado hacer un par de frases. Quizás la letra no fuera la más original del mundo pero sentía que tenía que escribirla. Supuso que cuanto menos innovador es un texto más fácil es provocador la catársis en el espectador y más difícil era que el mensaje soterrado fuera inteligible, quizás en esta ocasión lo quería así. En cualquier caso, al soplar por el instrumento se escuchó el ladrido de un perro, el deslizar de un lagarto y el sonido de un tercer animal que no reconoció, pensó que todo hombre lleva tres animales dentro y que aquellos debían ser los suyos. Dejó de soplar, miró el saxofón y entonces volvió a sonar el teléfono "¿Em sascehcu? ¡demayau!"

Se sentó al borde de la cama y miró las frases que estaban pegadas a su pared, intentaba leerlas pero las letras se perdían en un remolino que bailaba al compás del latir de su corazón. Esa danza arritmica dibujaba momentos que habían sucedido bajo el techo del dormitorio. Veía risas y copas que brindaban, un salto por la ventana, el intento de emulación de un videoclip, una boca mordiendo una espalda, unos ojos que lloraban, una cabeza apoyada en su pecho provocando una marea de tranquilidad... Así hasta que se acercó a una frase que no reconoció, era la primera vez que la leía y decía así "Somos el tiempo que nos queda".

Se duchó como esperando algo. La noche se acercaba pero el cielo seguía naranja, aunque ahora estaba estrellado. No tenía sueño pero estaba cansado, cansado de vivir se supuso. El saxofón de la pared brillaba y volvió a sonar el teléfono "Sla tersallses rpenutgna rop ti ¿enodde etssá?". Desconcertado por no  entender nada fue corriendo al baño y, apretando con las dos manos el lavabo, se miró al espejo y casi se le paró el corazón. Al otro lado del cristal el baño era igual pero su reflejo no, allí había un figura contraria a la suya, alta, morena y desnuda. En su brazo derecho tenía cinco lunares que en perfecta simetría asemejaban a una araña, y en su pecho, también en perfecta simetría, un lunar se balanceaba entre los dos pezones. "El número aureo" pensó. La figura del otro lado exclamó: "yos odot ol euq ut on sere" "¿Y qué soy yo?" "Nu erdraboc". Luego, el tipo del otro lado le dio un cabezazo al espejo y todo el mundo tembló, pero lo único que se quebró fue su frente que del golpe había llenado de sangre el cristal.

Corrió al dormitorio. Cerró la puerta pero cuando sacó las llaves pensó que ella no podría entrar si acaso quisiera. El cielo estaba naranja. El se acostó como esperando que ella llegase mientras durmiera y que no hubiera mejor despertar. El cielo estaba estrellado, naranja pero estrellado. Desde el baño se escuchó un grito "¡Son somev ne sod said!" y un golpe, y cristales rotos, y palabras que decían que el presente se uniría al futuro en dos días, y amenazas, y sangre cayendo. El saxofón decoraba la habitación. Y mientras, él dormía soñando con gigantes...





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