miércoles, 28 de mayo de 2014

Ráfagas oníricas


Sueño con serpientes, con serpientes de mar, 
Con cierto mar, ay, de serpientes sueño yo. 
Largas, transparentes, y en sus barrigas llevan 
Lo que puedan arrebatarle al amor. 
                                    Silvio Rodríguez



Esta madrugada me vi sorprendido por un hecho que nunca me había sucedido. En plena vigilia, tumbado en la cama y escuchando música esperando a que el sueño llegase, me doblegué. Sí, me vi con un pie pegado a mi colchón y con otro andando por una calle de una ciudad sin nombre, o por lo menos si tenía nombre yo no lo conocía. Era consciente de que estaba adormeciendo sobre mis sábanas pero al mismo tiempo había entrado en un mundo onírico que iba a otro ritmo y donde estaban sucediendo cosas. Ahora que de manera simultanea caminaba en dos lugares diferentes al mismo tiempo dudé:¿quién era yo? ¿el que estaba acostado o el que andaba por aquella avenida gris?

Ni siquiera, señores del jurado,
padezco, como alega mi abogado,
locura transitoria.

Debían ser las seis de la tarde y acaba de salir del bar. Llevaba toda la tarde ahogando mis penas en polvora y planeando mi venganza con whisky. El sol de la primavera me hacía sudar hasta sentirme asqueado, había llegado ya el tiempo en que necesitaba ducharme cuanto menos dos veces al día. El hierro me pesaba dentro de la americana y los nervios y el alcohol hacían temblar mis piernas.

En el numero 7 de la calle Valparaiso pasaba los días mi objetivo. El edifico, un viejo bloque de apenas tres pisos y con más de cincuenta años en sus cimientos, se mantenía a duras penas en pie en un descampado que en otro momento había albergado naves industriales. Él se había llevado a mi chica quitandome con ella todo lo que me importaba y yo era un hombre vengativo.

Eché la puerta abajo de una patada y subí las escaleras. El primer piso era simplemente una estancia enorme, derruida y vacía, salvo por un sillón que estaba de espaldas a la escalera. Allí había alguien sentado y disparé seis veces contra él. A mí me pareció escuchar siete disparos. Me acerqué al sillón con el revolver preparado y le di una patada que lo tumbó. La oscuridad y el alcohol me la había jugado y había disparado contra nadie, pero eso no era lo peor, al darme la vuelta los vi. Ella me apuntaba con una pistola humeante y yo sangraba a la altura del lumbago y del ombligo. Sí, hubo un septimo disparo y me atravesó todo incluido el alma. Me ardían las heridas de la bala y pensé que para estar soñando todo era muy real, nunca me han herido de bala pero aquél dolor era tan verosímil... era el dolor de la polvora y el dolor de la traición.

Él reía carcajadas pero ella tenía la cara desencajada. Ella seguía apuntandome con su arma pero no hizo un segundo disparo ni parecía que lo fuese hacer aunque me viese aprentando el gatillo contra ella,  ni aún después de que me diera cuenta que el tambor estaba vacío, ni aunque me viera cargar mi revolver para cobrarme la venganza y ni aunque la volviera a apuntar a ella. Él ya no reía a carcajadas.

Estaba en una terracita 
un oscuro mediodía 
echándome una copita 
en ese bar que hace esquina con la calle mayor 
Viendo volar a las moscas 
viendo pasar a la vida 
viendo pasar las chicas 


Me desperté empapado en sudor y con uno de los auriculares enredado en mi cuello. Una pelea de gatos en mi ventana acaba de sacarme de la ciudad sin nombre. Pensé que quizás yo era el sueño del otro yo en aquella ciudad, esperaba que no, o como sueño de alguien con un agujero en el vientre no tenía mucho futuro. Me coloqué el auricular que había escapado de mi oreja y esperé con ansias volver a caer en aquella urbe. Soñar siempre es una aventura.

¿Qué te voy a contar?
Derroché mis mejores ripios
Por no despertar solo otra mañana
Y me di al primer corazón
Para el que no tuve palabras
Sabio silencio, eruditos
Cambiando verbos por dentelladas
Queda dicho
Si algún día me echara de menos.


Las sábanas eran moradas y la habitación estrecha y pequeña. Debía ser de día porque por la ventana entraba luz, quizás eran las primeras horas del alba o tal vez era sol de la media tarde, no tenía importancia, el sol era indudablemente andaluz. Ella, tan pequeña, tan andaluza y con su eterna sonrisa en la boca, estaba desnuda sobre mí. Su dientes reflejaban la luz del sol pero no entendía muy bien lo que decía. Aquello no era un sueño formado a través del recuerdo, nunca había compartido cama con ella, quizás era un hecho que sucedió en el futuro, en cualquier caso la circustancias aplicables serían  las actuales por desconocer las venideras. Sumé presente, pasado y futuro y pensé que algo debía haber cambiado para que se diera tal situación, o bien, allí y entonces no nos importaba nada externo a estas paredes. Ella seguía sonriendo. La eché a un lado, salí del laberinto morado y me senté, también desnudo, en el borde de la cama. Reconocí mi guitarra apoyada en la pared.

Te sentaste justo al borde del sofá 
como si algo allí te fuera a morder. 
Dijiste: "Hay cosas que tenemos que aprender, 
yo a mentir y tú a decirme la verdad, 
yo a ser fuerte y tú a mostrar debilidad, 
tú a morir y yo a matar." 

Los ronquidos de mi compañeros de cuarto habían penetrado la barrera auricular de mis orejas y me había partido el sueño de la andaluza por la mitad. Tenía que subir el volumen de la música.

Y así eran nuestras noches y así era nuestro amor, 
comenzaba en el silencio, continuaba en el terror, 
y otra vez de allí al silencio. Dime, ¿para qué hablar 
de lo que pudo haber sido y de lo que jamás será, 
tratando de adivinar qué fue eso que hicimos tan mal?, 
si, en fin, se trata de morir o de matar. 

Estaba sobre la madera del escenario de un teatro enorme. A mi lado, atraviado con un traje negro y una camisa roja, el gran Nacho Vegas. Me dijo "Tenemos que hacer la prueba de sonido". Miré a mi alrededor y solo vi un micrófono y una guitarra acústica. "Primero tú" y así fue, no recuerdo que canción o canciones probé pero me moría de ganas de que empezara el espectáculo. Luego vino el Grande y cantó: "Fue aquella gitana que nos leyó el porvenir, dijo uno es el asesino y el otro el que va a morir. Y salimos de allí y me mirarte asustada y el miedo sonó en tu voz: antes de que tú me mates, prefiero matarme yo".  Sonaba tan bien pero parecía que llevaba toda la banda con él, tanto es así que pensé: "suena como en el disco".

Entré dentro de las entráñas del teatro y me fui a darle conversación a los técnicos. No recuerdo de que hablamos pero tras varios cruces de palabras uno me dijo "Y al otro lado te oí llorar y yo seguí y no colgué" y  entonces respondí "¿Que qué?" "y me suplicaste: Déjame de una vez, déjame de una vez". Un pensamiento recorrió mi cabeza "Venga no me jodas, no solo me acabo de dar cuenta de que esto es un sueño sino que esta debe ser la canción que está sonando por mis auriculares y está invadiendo mi espacio onírico." Esperemos que este sueño también esté basado en un acontecimiento sucedido en mi futuro...

TRRRRRR TRRRRRRRR
TRRRRRR TRRRRRRRR
TRRRRRR TRRRRRRRR



La alarma sonó poco después. Un nuevo sol se había colado entre las estrellas y había aterrizado a los pies de mi cama. Así que, sin dejar de soñar para que no digan que los sueños solo ocurren durmiendo, me levanté y me dispuse a vivir la aventura de un nuevo día.






martes, 27 de mayo de 2014

I poeti che strane creature

"I poeti che strane creature
 ogni volta che parlano è una truffa."
                         Fabrizio De André


Anoche me asome al balcón del infinito, allí donde el cielo se ve en toda su enormidad. Atrás mía quedaban risas y brindis pero yo prefería escuchar lo que tuvieran que contarme las estrellas. Un perro me miraba como si esperase que hiciera algo pero yo solo escuchaba. Una de las más brillante me habló sobre lo efimero de nuestros actos y el valor de la mortalidad, el ser humano es tan bello y tan patético, decía, justamente por la limitación de su tiempo vital. Le respondí que era la cuarta o quinta vez que me venía con la misma historia, que ya era suficientemente consciente de lo privilegiado de mi situación y de mi localización. El astro entonces me espetó que ya sabía de sobra lo que yo sabía o dejaba de saber, pero que los que me acompañaban aquella noche no tenían ni idea. Me limité a decir "ellos no pueden escuchar a las estrellas." 

Al oír jaleo en el firmamento, una luz (no sabría decir muy bien si era un planeta, un astro o cualquier otro elemento espacial) vino desde  una esquina del cielo a plantarse sobre mí. "Así que eres tú", me sonó un poco a frase lacaniana así que respondí de manera un poco pueril "supongo que soy yo, porque si tú me llamas tú yo debo ser yo." El cuerpo espacial no pareció entender mi broma y con voz aún más cortante exclamó "la gente como tú solo sois nuestra diversión". Por momentos me alegré de que mi vida fuese un constante espectáculo para público interespacial así que le contesté con tono monótono "bonito alago viniendo de la sombra de una luz apagada años atrás y a la que la Parca aún no ha conseguido atrapar". Visiblemente molesto, el cuerpo espacial sin identificar se giró, miró a la estrella que nunca habla pero que siempre me vigila, me volvió a mirar con ganas homicidas frustradas y se fue por donde había venido. 

El perro seguía observandome como esperando una señal de mi parte. Ayer la luna no me invitó a bailar, no estaba, pero los gatos de mi calle me pidieron que me uniera a ellos para contar las estrellas. Dentro de la casa los litros de cerveza y la carne iban engullendose, fuera solo estaban los animales, el silencio y yo, y sobre nosotros las luces blancas que no dejaban de hablar. Recuerdo la primera vez que escuché una voz venida del firmamento. Era yo apenas un niño de cinco o seis años a punto de entrar en el portal de mi casa, la luna estaba enorme y me dijo "Hola", yo sonreí y la invité a pasar. Desde entonces cada noche que la veo le guiño un ojo, simbolo de nuestra amistad.

Mientras pasaban los minutos fuera de mi apartamento me acordé de una noche en el desierto del norte de Perú. Había subido al tejado de un edificio donde las ratas y demás animales del lugar paseaban con total impunidad (su máximo depredador en aquél momento era un cachorro de gato). Me había tumbado en el suelo dispuesto a hablar con los astros pero no entendí nada: todos estaban descolocados y muchos de ellos eran nuevos para mí. Se presentaron como los viejos dioses en el exilio. Aunque al principio me hablaban con actitud desafiante y desconfiada, terminamos brindando a la salud del inventor del Pisco. Me dijeron que, durante mi estancia allí, me regalarían historias siempre y cuando yo escribiera sobre ellas. Me pusieron también como condición a esas ofrendas el compromiso de volver algún día allí. Al concluir la madrugada me dieron un abrazo, me llamaron Aia Paec y me despedí con un "Volveré con un nombre nuevo". A día de hoy sigo forjando las letras de ese nombre, pero aún no es el momento de cumplir mi promesa.

El perro se tumbó aburrido de esperar a que hiciera algo. Muchas veces he preguntado a los cuerpos celestes con quienes más hablaban a parte de mí, pero siempre respondían que ya llegaría el día en que me cruzara con alguien que también dialogara con ellos y que, seguramente, habría llegado el momento de morir o matar, y si a priori la decisión parecía fácil no lo sería entonces.  Cansado del griterio interestelar entré en el piso, pasé entre el carnaval que estaba teniendo lugar en el salón (paré un momento a repostar cerveza) y me fui directo a mi dormitorio a tumbarme a la cama junto a mi teléfono. No esperaba llamada, no era descartable que sonase, pero no sonó. La incertidumbre de estar junto al móvil esperando que algo inesperado pasase me resultaba más divertido que estar riendo en el salón. Si fuera por mí aquella noche hubiera andando hasta perderme en la oscuridad y hasta que mis rodillas hubieran gritado "no va más", pero con el personal a gritos, con Soledad timidamente desaparecida y la luna oculta en la maleza de la noche, a mí no me quedaba más que ir a reir con los amigos. Cuando todo acabó el perro aún seguía esperan fuera a que yo hiciera algo y las estrellas seguían de farra...





martes, 20 de mayo de 2014

20 de mayo del 2014


"Ojalá se te acabe la mirada constante
La palabra precisa, la sonrisa perfecta
Ojalá pase algo que te borre de pronto
Una luz cegadora un disparo de nieve
Ojalá por lo menos que me lleve la muerte
Para no verte tanto para no verte siempre
En todos los segundos en todas las visiones
Ojalá que no pueda tocarte ni en canciones"
                                   Silvio Rodríguez

Ayer me escribió una buena amiga, me dijo que me retaba a que escribiera algo cuya historia se desarrollase durante el día, que parecía que solo vivía de noche. Después me llamó golfo como omitiendo que me despertaba todas las mañanas a las 7.30 para ir a trabajar, siendo verdad que había días que dormía bien poco. 

Mi despertar hoy no ha estado mal, he leído que una revista argentina llamada "Malas lenguas" ha publicado un artículo sobre mí, es una buena noticia con la que empezar este martes 20 de mayo de 2014. No puedo escribir sobre lo que sucederá durante éste día porque tendría que hacer un desarrollo ficcional sobre el futuro y eso es aburrido y poco verosimil, así que echaré una mirada atrás a todos los 20 de mayo que he vivido últimamente.

La luz entraba por la ventana de la buhardilla impactando literalmente en toda mi cara. Me pregunto si el inventor de las persianas las patentó y se negó a venderlas a Italia. Miré el reloj, apenas eran las 9 de la mañana y mi último recuerdo de anoche era más o menos a las 4 de la madrugada, cuando acababa de llegar a casa y me había metido en la cama para apenas levantarme porque alguien había llamado a la puerta. Seamos sinceros, no hay nadie en esta ciudad tan idiota de molestarme a esa hora salvo ella, así que bajé en calzoncillos (cómo suelo dormir) sabiendo que al abrir el portón ella iba a estar allí con esa sonrisa estúpida y vocalizando mal por el exceso de los mil cubatas que llevaría esa noche. Efectivamente. Normalmente pensaría que había venido, como tantas veces, a decirme "buenas noches" para luego irse directa a su casa, pero esa noche sabía que no. Supongo que ese sinsentido de vida era lo que me gustaba de ella.

Esta vez no dijo nada, me dio un empujón, entró hasta el escritorio y se llevó una copia para corrección de "Elegía por la Fantasía o elogio a la Vanidad" (a la versión final terminé llamandola "Entre el salitre"). Me dijo "ya te lo devolveré" y mientras se iba le contesté "te lo puedes quedar, es un regalo".  En realidad todo mi piso está perfectamente ordenado, soy un maniático del orden, y los libros están donde tienen que estar, no sobre la mesa. Pero ella era previsible, sabía que aquella noche aparecería por allí como un huracán sabiendo que tenía copias del libro, sabía que cogería la primera que viera sin pedirme permiso y sabía que no iba a mediar palabra. Así que dejé un libro dedicado y firmado sobre la mesa a la espera de que apareciese.

El caso es que puse un pie fuera de la cama en cuanto el sol me dijo que no me iba a dejar dormir más y me fijé que todo el suelo de la buhardilla estaba repleto de botellas vacías de agua, lo que era síntoma evidente de que cada noche que pasaba empezaba a ser una noche para contar. Bajé al piso, todo estaba  lleno de los manuscritos de lo que sería "Entre el salitre" y un folio con las firmas ensayadas de José Salento. El móvil estaba tirado en el suelo y al mirarlo vi un mensaje de las 5.30 de la mañana "Me he ido leyendo tu libro camino a casa, me encanta el poema de Dos idiotas". Era previsible hasta para eso.

Hice tostadas y zumo de naranja natural, todo fuera por llevar una vida sana (aunque fuera solo mientras el sol vigilase) y contentar a la chica que estaba atrincherada entre mis sábanas. Le llevé el desayuno y ella me pidió, como siempre hacía, que la dejase dormir más, yo para variar le llamé "marmota" y sonreímos. Luego desayunos, nos desayunamos y cogí mi guitarra. Entonces tenía que escucharla a ella decir "déjala" "hazme caso" "dí algo", pareciera como si estuviera celosa de la madera que tenía bajos mis brazos. La comprendo. El cariño y el amor que he profesado desde mi adolescencia por mi guitarra nunca lo tendré por un ser humano, y eso era algo que ella no podía comprender porque, a mi pesar, ella no sabía volar. "Basta ya" dijo, y luego se sumergió en el montón de apuntes de la universidad que siempre iban con ella.

El sol pegaba como nunca sobre el mirador de San Nicolás, serían cerca de la 1 de la tarde y yo miraba otra vez esas escaleras como buscando el pasamanos inexistente al que me había intentado agarrar antes de hacerme un destrozo en mi rodilla meses antes. Llegaba la caballería cargada de botellas de cerveza y comida como para surtir a un regimiento. Había fiesta en mi edificio y yo hice de buen anfitrión yendo a buscar a los que se presuponen futuros intelectuales de esta ciudad. Eso hubiera sido así hace 20 o 30 años, ahora son solo exiliados sociales que no tienen sitio en este país. Aunque siempre es un placer poder tomar una cerveza hablando de literatura.

Había metido el coche justo al escenario, tenía que descargar todo el material para el concierto y no me convencía ir cargando con un Marshall que podía pensar más que yo por todo el recinto. Por suerte para todos el escenario estaba al lado de la barra. Miré el equipo y me sentí orgulloso de tocar con el mismo que horas después iba a usar Albertucho. Había llovido mucho desde la última vez que había subido a un escenario así que me pareció apropiado besar la madera en cuanto puse un pie sobre ella. Miré al público, la busqué a ella sabiendo que no estaba y pensé que esta ausencia no se la iba a perdonar. Me alegró la vista ver llegar a la morena que tanto hablaba sobre Cortazar, sí, venía con el novio, pero la existencia de éste no parecía importarle mucho hace dos semanas.

Llevaba toda la tarde preguntandome donde estaría la ropa que me faltaba. No era mucha pero la ausencia de ropa interior era notable, sobre todo porque nunca me había sobrado. Busqué debajo de la cama, detrás de las cortinas e incluso en la lavadora. No encontré rastro de mis prendas pero eché de menos otra cosa, el cachorro de perro que había adoptado hacía pocos días. No hay que ser Sherlock Holmes para relacionar ambas desapariciones así que me fuí al único sitio donde podían estar ambos, en su transporting. Abrí la puerta, el cachorro no mediría más que mi mano abierta y vi sobre una montaña de calcetines al perro tumbado. Me recordó el pasaje de El Hobbit en el que Smaug, el poderoso dragón, defiende su tesoro. Así estaba el animal, gruñendo como un loco como si pudiera asustarme con ese tamaño, "la que te va a caer" pensé.

Sobre la mesa había restos de yerba y pequeños charcos de cerveza y de ron. Todo el mundo se reía. Pienso que nada tiene sentido, esta felicidad es efimera. No la que traen las drogas, esa se queda en la memoria, me refiero a este reir superficial. No va más, ninguno de los que hay presentes en la habitación llegará más lejos de donde sus pies les lleven, ni lo harán ni se les pasará por la cabeza hacer otra cosa. Risas. Todo tan superfluo. Me aburro, me aburro tanto siempre, esta vida no es para mí. Fuera el sol cordobés abrasa el pavimento.

Empieza a anochecer. Pongo los pies sobre una silla y bebo de una Peroni helada. Miro a mi alrededor "Tutto a posto?" "A posto". Hoy es 20 de mayo de 2014 y bebo una cerveza acompañado de buena gente, de esa que "laboran, pasan y sueñan". Miro arriba y pienso la de "mala gente que camina y va apestando la tierra" que vivirá sobre la Penisiline. Me pregunto que clase de persona seré yo: he creado tantos castillos en el aire que me consideran grande y me aplauden allá por donde voy, pero los pilares de esos castillos son historias robadas, trozos de almas ajenas que he hecho mía y a las que les que he quitado, junto con el alma, el derecho a replica.




lunes, 19 de mayo de 2014

El cazador cazado

"La gente normal se podía morir"
Roberto Iniesta


No serían más de las cuatro cuando comenzó a llover. Aún quedaba whisky en mi vaso pero el camarero nos pedía que dejásemos el bar, decía que su mujer lo esparaba y tenía muy mal carácter. Le explicamos que en pleno mes de febrero volver mojados a casa sería sinónimo de tener fiebre mañana y que con fiebre mañana no podríamos volver a su local y que si no volviamos al día siguiente su máxima fuente de ingresos quedaría anulada.  Se calló y reflexionó mientras dos cucarachas correteaban por la estantería de las botellas. Finalmente no solo no nos echó si no que invitó a la última ronda.

La excusa de la posible fiebre no nos valió para prolongar nuestra estancia allí mucho más, así que tuvimos que dejar al barman y a sus cucarachas. Con la banda disuelta, mojado y andando por las  oscuras calles de Granada no me quedaba más que volver a casa. Crucé Gran Capitán y terminé en la plaza de la Trinidad, no preguntéis porqué elegí ese camino, no es el más corto... en realidad ni siquiera era un camino que fuera a mi apartamento, quizás solo deambulaba o quizás me hubiera perdido. El caso es que al llegar a plaza escuché "¿tienes fuego?".

La voz fina pero claramente afectada por el alcohol venía de algún punto de la plaza el cual no conseguía localizar. Al darme la vuelta me vi a una chica que me miraba fijamente con un cigarro en la boca. Granada es una ciudad de especimenes raros donde, incluso, la gente normal se comporta de manera inhabitual. Quizás el uso del adjetivo normal no sea el adeacuado, creo que en Granada no hay muchas cosas normales, en este caso para no confundir al lector olvidaremos la última referencia hacía la muchacha y la cambiaremos por "pija".

El primer pensamiento que me corrió por la cabeza era el de cómo había llegado en la madrugada de un lunes una chica de pelo rubio planchado, perlas en las orejas y dos kilos de maquillaje en la cara hasta la Trinidad. No es que fuese especialmente peligroso pero lo normal en esa zona ese día y a esa hora es ver más mendigos y yonkis que cachorros del PP sueltos por ahí.

"¿Pero tienes fuego?" Me fijé en sus ojos, azules casi grises, y debajo del derecho un buen golpe maquillado pero visible. Eso sin hablar de unas pupilas exageradamente dilatadas que me hicieron pensar que esta mujer ya no sabía ni donde estaba de pie. Me equivocaba.

"No, no fumo"  Ella, a pesar de no medir más de 1.60 con esos enormes tacones, tenía una presencia imponente. Supongo que no era por su físico, más bien por la sensación que daba de que si le hubieran cortado uno a uno los dedos de la mano no se hubiera quejado.  "¿A dónde vas?" "A donde tú quieras" me hubiera gustado contestar pero me limité a decir "Estoy cansado, a casa". "Hace frío y no tengo abrigo" entonces pensé que era mejor no preguntarle donde había acabado su abrigo aquella noche.

Una serie de frases más, algunas de ellas bastante pocos coherentes, terminaron en un acuerdo: yo la acompañaba hasta su casa (que estaba a tomar por culo) si ella lograba invitarme a una última (otra última) copa en algún bar. Yo no quería andar (ni dormir acompañado esa noche) así que pensé que un lunes a esa hora sería imposible localizar ningún sitio abierto. Ciertamente, no me equivocaba, pero me terminé dando cuenta de eso cuando llevabamos diez minutos sin intercambiar ninguna palabra y no parabamos de andar. El cazador cazado.

Cuando me di cuenta de la jugada le dije que era tarde (o muy temprano, uno a esa hora no sabe eso muy bien) y que me volvía a mi casa antes de estar perdido y no saber volver. Ella me miró, dejó de tener la cara de "todo-me-da-igual-la-vida-es-una-mierda" y me confesó asustada "Me dan miedo los fantasmas que habitan en mi sueños". Yo pensé "Cojones, a ver como sales de esta".

Sí, lo admito, si bien había sido engañado para escoltarla hasta su casa ahora me veía en la disyuntiva de creerme o no la historia de unos supuestos monstruos que le mordían mientras soñaba y que por eso intentaba dormir lo menos posible. Quizás estéis pensando que qué más da si me lo creía o no, que bien podría volverme a mi casa o bien subir con ella a su piso. Pero no, tanto subir como volverme eran movimientos esperados y normales, los fantasmas eran lo que hacían la historia dejando a un lado su posible desenlace.  

No respondí nada y ella me cogió de la mano y me metió en su portal. Ibamos dejando un rastro de agua por la entrada del edifico hasta el ascensor, atrás solo había silencio. En su casa me ofreció la famosa última copa que había provocado que mis huesos acabesen allí (empapados, todo hay que decirlo, no había dejado de llover desde las cuatro y algo). Hubiera preferido un café, un té o un secador pero tengo una imagen que mantener y acepte el vaso de whisky. Sería una niña bien pero su dinero no se iba en alcohol de calidad, aquello sabía a matarratas. 

Luego, sin apenas hablar, nos atrincheramos en su cama e hicimos muros con las sábanas. Ella era tan dama como yo caballero pero como tenía que alejar a los monstruos de ahí saqué mi espada y la dejé desenvainada todo lo que quedaba de noche, si es que quedaba. Solo recuerdo que cerré los ojos y los abrí cerca de las dos de la tarde. Ella dormía oliendo a ginebra pero con cara de no haber visto nada que le perturbase la ensoñación de aquel día.

Me vestí y pensé que debía volver en autobus, que vete a saber en que punto de Granada podía estar. Ella abrió los ojos y me miró. Yo le dije "Buenos días" y ella me dijo que volviera a la cama que me invitaba a comer. Le repliqué que en dos horas debía pasar por la universidad así que me iba. Ella se puso nerviosa, me enganchó por las mangas y me gritó "¡Los monstruos no son nada! me aterran las brujas que viven en mi ventana". Yo me giré y le eché un vistazo a la ventana, que tenía las persianas bajadas, no me dio la impresión de que allí viviera nadie pero ella parecía muy convencida, tanto que estaba llorando y con la respiración agitada. Mi primera idea fue subir las persianas y buscar a esas malvadas brujas y acabar con ellas, pero iba a ser dificil combatir con una rubia agarrada a mi brazo así que, sin entender mucho de la situación ya que no había visto ni fantasmas ni brujas ni nada, desenvaine mi espada (otra vez) y voví a la cama.

Después de aquel día no volví a saber de ella pero si que adquirí una mala costumbre: Cuando me dan las tantas en Granada, antes de volver a cualquier sitio, siempre paso por la plaza de la Trinidad por si alguna necesitara de mi ayuda...


lunes, 12 de mayo de 2014

De malditos y poetas


"Esta gitana está loca. Esta gitana está loca. Lo que dice con los ojos lo desmiente con la boca."
Federico García Lorca


Hace poco más de un mes estaba sentado en la cafetería de una ciudad cualquiera, a esa hora aproximada en la que la luna le empieza a perder el pulso al sol y los pájaron anuncian la aurora… a esa mala hora. Sobre la mesa una taza de café y un paquete de cigarrillos vacío, no fumo, ya estaba allí cuando tomé asiento, pero realmente me alegra de que estuviera allí, qué relato de bohemio y maldito sería éste si no tuviera olor a tabaco.

La cafetería estaba a la altura de las circunstancias. Las paredes otrora blancas ahora tenían manchas amarillas y humedades allá donde los ojos pudieran ver. El camarero llevaba una camiseta que bien podía ser un trozo de pared y el olor no era mejor, la estancia hedía a sol y sombra y cognac más que a café.

Lo que provocó el inició de este relato me pilló recordando una conversación que tuve días antes con una chica italiana. Me acusaba de ir de maldito, llevando tal conducta hasta el extremo, en resumidas cuentas, de ser pura estética (esa estética que aplicada al campo literario o musical me da tanto asco). Durante tal burda acusación me pidió que le enseñara lo último que hubiera escrito, mi respuesta fue mostrarle una canción que aún no tenía nombre. Cuando la leyó se quedó pensativa y me pidió que le explicara que significaba la frase “esperando que un beso nos parta la mirada”. Aunque ambos hablamos nuestros respetivos idiomas opte por usar el castellano para describirle una frase que a mí me parecía sencilla. Le dije “Es aquel momento en el que dos personas están frente a frente, mirandose y sabiendo que en cuestión de segundos un beso hará que cierren los ojos.” Ella se quedó callada, a mí me extrañó que hubiera elegido esa oración, a mi parecer esa canción tiene frases bastante más ricas en semiótica, pero ella elegió esa y se quedó en silencio. Lo último que le escuche decir ese día fue “Sei veramente un maledetto”.

Aún daba vueltas en mi cabeza esa condena (todo buen maldito lleva una estrella que le protege de cualquier acontecimiento ajeno, pero siempre acaba aplastado por el peso de su propia sombra. En otras palabras, una agónica muerte para una agónica vida. Espero que la italiana solo exagerase) cuando entró por la puerta del local una chica. Podría decir que era la más atractiva o la más guapa del lugar, pero en honor a la verdad era la única chica en aquél momento en la cafetería. Estaba tan lejos de ser una adonis como de ser fea pero andaba con esos aires de femme fatale, aquellos que huelen a soledad, alcohol y tristeza.

No necesité muchos segundos para saber que esa chica había pasado de mano en mano en las últimas semanas y que estaba lejos de ser feliz. Me lo decían sus ojos, aquellos que se ocultaban detrás de los cristales de sus gafas. Era curioso, cuando más miraba sus gafas más que gustaba pero en cuanto entraba dentro de sus ojos sólo veía inmundicia. A la Soledad hay que saber cabalgarla, si no puedes llevar la montura es mejor probar por otros caminos o el resultado es acabar como la protagonista de este relato.

Me miró, yo ya la miraba y se sentó en mi mesa. Me preguntó si yo era José Salento, aunque me figuré que ya sabía la respuesta. Me dijo que había leído algunos escritos míos y me imaginé que me mentía. Quizás algún poema o alguna canción, pero esos ojos no leen a menudo, eso es algo que sus gafas no pudieron ocultar.

No tardó en decirme “Esta noche duermes conmigo” y yo pensé que últimamente me lo estaban diciendo demasiado. Tenía que haberle dicho que no, que no acostumbro a dormir con mujeres cuyas sábanas huelen a otros hombres. Pero fueron esos ojos, esos tristes ojos, lo que me hicieron aceptar la oferta. Era evidente que su historia, que haría mía, me iba a dar material para escribir o cantar.

Tras un día de excesos y una fiesta en la cual todo el piso había quedado destrozado entré en su dormitorio. Era exactamente como había visto dentro de sus ojos: un cuarto desordenado, sin un solo libro, una luz fea y blanca y apenas nada que decorase las paredes. Lo que pasó después no tiene la menor importancia, ya lo decía Sabina con eso de “Los besos que te dan las chicas malas salen más caros cuando los regalan y huelen a fracaso”. Aunque me invitó a dormir, lo cual agradecí en aquel momento aún viviendo muy cerca, me fuí pocas horas después. Ese cuarto era frío y yo no sabía muy bien porque no había andado la poca distancia que me separaba de mi piso, así que al abrir los ojos y apenas amaneciendo me fui sin tener muy claro si estaba quedando como un cabrón o estaba haciendole un favor a la chica de las gafas por dejarle la cama para ella sola.

Lo que ocurrió en los días sucesivos a este encuentro no tiene perdón por mi parte. Tengo el cuerpo y el alma llena de cicatrices de tantas experiencias en mis ventilargos años de vida, ya nada me coge por sorpresa y tengo recursos para todo, pero tengo cierta tendencia a meter la pata. Si hay una regla de oro con las clase de mujeres que van de femme fatale es que no se repite noche con ellas. Primero, porque no te aportan nada, a menudo éstas no saben más de sexo que lo que han vivido en sus relaciones espontáneas que no por numerosas (o justo por ello) no han aprendido lo que pesa una caricia desde la amistad (o el amor en caso de estar en una pareja); segundo, porque no se duerme con la tristeza, a menudo es contagiosa y adictiva.

Tras un mes haciendo el tonto y con la certeza de que no iba a volver a dormir con la tristeza hasta que se presentara con otros nombres, volví a la misma cafetería y me puse a hacer uso del material recopilado con la chica de las gafas y los ojos tristes. Tenía una canción, que menos, en la que reflexionaba sobre éste tipo de encuentros. Había alguna frase que me llamaba la atención cómo “Es mejor ser agua en la tormenta que nada en la oscuridad” (quizás mi subconsciente me había traicionado) o “Esperando que un beso nos parta la mirada” (curiosa la línea temporal del relato ¿eh?). Parece en lo referente al aprovechamiento musical de la experiencia la cosa había sido un éxito: un amigo me escuchó y ahora se pasa todo el día cantando y silbando la canción. Pero el mes había dado para algo más que una canción, la chica me daba igual, sus gafas que tanto me gustaban también me daban igual, pero con sus ojos tenía una cuenta pendiente. Esos ojos que intentan ocultar un vacío llenado cada noche con mediocridad que se evapora al alba, una suerte de Prometeo encadenado.

Así que para saldar la cuenta y ponerme a esperar tranquillamente a la próxima que me reconociera en aquella cafetería escribí unos versos. Luego recibí una llamada de mi amiga italiana que terminaba diciendome algo así como que “l’amore è solo per i maledetti” y yo pensé “esta chiquilla tiene una obsesión”.

Casi cuando ya me iba se abrió la puerta, entró una chica de la que podría decir que era la más atractiva o la más guapa del lugar, pero en honor a la verdad era la única chica en aquél momento en la cafetería…

Tus ojos

Tus ojos detrás del cristal
son cerraduras que no tienen llave
y una canción suena
y otra noche se rompe en pedazos.
Mis ojos no necesitan cristales,
este alma no la abre nadie.
La gente me dice
“De esos ojos no te fíes”
y yo respondo:
“Esos ojos están vacíos”
Porque aunque hayamos compartido sábanas
tus ojos no me dicen nada;
Y aunque nos abrasara la misma fiebre
tus ojos solo me dan lástima;
y aunque hayamos sido un solo cuerpo
tus ojos se secarán en el tiempo
a la sombra de un recuerdo
con amargo sabor a ceniza.
Porque tus ojos, aún protegidos
por cristales, no son más
que tristes ojos que
   no dicen nada
      que no ven nada
         más que la absurda realidad.
Solitarios ojos que en la
noche aceptan cualquier oferta
y entonces son solo dos ojos
que se vuelven más vulgares
y me dan asco.
Y yo allí, con la cara de tonto, me pregunto:
“¿Por qué le escribo a tus ojos?”
ojos acristalados
   ojos asustados
      ojos que mienten
         más de lo que dicen.
Y yo me respondo a mí mismo
con la voz quebrada por el alcohol:
“Porque son tus ojos”

(07/05/2014)





La sombra de mi sombra


"Antes de darme por muerto búscame en el bar"
La Cabra Mecánica

Ayer tuve un diálogo con mi sombra, yo le dije "ven" y ella me respondió "me voy por ahí". No creo que fuera un malentendido, es más un tema de incompatibilidad de carácteres. Ella tiende a subirse por las paredes (incluso a veces al techo) y a cambiar de tamaño constantemente y yo soy un tío más tranquilo, intento quedarme en la misma estatura lo máximo posible. Hay días en que intenta separarse de mí (como ayer) y tengo que agarrarla de los pies para no quedarme sin ella. Solo cuando llega la noche se va a dormir mientras yo me pierdo en la ciudad, aunque siendo sinceros, siempre he sospechado que aprovecha la oscuridad para seguirme aunque nunca he conseguido pillarla en tal acto.


Hoy he leído que Estados Unidos llama a Europa a la movilización de tropas en vistas de los movimientos prorrusos en Ucrania. Mientras, Rusia amenaza a Europa con cortarle el suministro de gas. Al mismo tiempo el Euro empieza a coger un valor peligrosamente alto y la clase media es cada vez menos media. Existe un axioma histórico que dice que nunca una democracia ha entrado en guerra con otra, así que más vale que ningún país de la orbita europa decida restringir las elecciones o sería el primero en probar la polvora internacional. Aunque las guerras actuales ya no solo se hacen con armas, ahora hay otros métodos cuanto menos iguales o más agresivos. 


Hablando de guerras echémos un vistazo a España. Crisis económica mundial, las explotaciones nacionales divididas entre pocas manos, la Iglesia al borde de perder derechos y propiedades, una monarquía demasiado cuestionada y un ambiente internacional inestable. Ciertamente, podría estar hablando de la actualidad pero solo hacía un repaso de la España previa a la malograda II República. Hay quien dice que la historia se repite, ya veremos en las próximas elecciones, aunque sin duda en la actualidad hay un diferencia entre esa época y la nuestra: la gente creía en la ideologías.



Antes las ideas justificaban los actos. En los años setenta uno se jugaba la vida haciendo pintadas en una pared en pos de darle voz a una idea, o bien, había quien levantaba el brazo cantando el cara el sol buscando la permanencia de su pensamiento en la sociedad. ¿Qué ha cambiado? ¿Por qué ya las universidades no son un hervidero de ideas? ¿Por qué ya nadie habla en los pasillos sobre Lacan o Marx? ¿Por qué las protestas en las calles ya no sirven para nada? La respuesta más escuchadas es la de la generación de nuestros padres, la que nos dice que los jóvenes nos hemos perdido en la televisión y la radio, en los videojuegos o en el alcohol. Lejos de ser ésto falso podemos imponer otro punto de vista, la generación que se dejó litros de sangre en los pavimentos de las calles de los últimos años de la dictadura, la misma que se calló durante la Transición y aquella que tomó las riendas del país con la democracia, es la que ha provocado este desastre. 


Lejos de hacerse justicia con los colaboradores de la dictadura se les permitió entrar en el juego democrático, tanto que parece que se repartieron el pastel con los nuevos "listos". Resultado de los primeros años: país en inicios de modernización, OTAN, Unión Europea, tasa de desempleo por las nubes, terrorismo (daba igual el bando), drogadicción, libertad de expresión (más que en los años previos, menos de los deseado), focalización política en dos grandes partidos (ambos con activos residuales del franquismo) y protestas violentas. El pastel no había cambiado de manos, solo se había repartido un poquito más.



Cayó la URSS y se acabó el sueño rojo. Se fueron los 80 y la heroina con ellos, el país empieza a llenarse de nuevos ricos, muere el movimiento Punk. Llegó la LOGSE y las Mama Chicho y la Inteligencia decidió atarse una piedra al cuello y tirarse a la ría. Ya nadie quería ser el nuevo Serrat, todos preferían ser otro Ismael Beiro. Llegaron los días en que era mejor ser uno más del montón que destacar. Incluso parece que aquellos que iban de levantar el brazo cara al sol empezaban a estar desencantados.



Mientras la burbuja económica engordaba hasta hacerse más que previsible el momento actual, España seguía en deuda. Aun quedaban miles de muertos enterrados en cunetas y familiares que no podía recuperarlos porque ninguna administración se atrevía a romper el ambiente idílico de aquellos años. Zapatero, en un lamentable intento de ganar votos tirando de algo tan antiguo y cutre como era levantar el espíritu de la Guerra Civil, aprueba la ley de la Memoria Histórica, la cual no dejaba de ser una serie de medidas que por su falta de criterio y su moderación a la hora de aplicarse se quedaba en algunas intervenciones puntuales. En cualquier caso, llegaba tarde. Ya apenas quedan familiares de los caídos en la Guerra Civil y lo único que ha conseguido tal ley es volver a armar una confrontación que ya nadie se cree.



Dirán nuestros padres que desde la distancia es fácil criticar la actitud de la Transición, que había miedo y demasiada violencia en las calles. Nosotros podemos responder que la distancia nos ha dejado sin futuro, viviendo en un país cínico que no tiene sitio para nosotros y que ya no nos creemos nada: ni ideologías, ni democracias, ni principes ni princesas. Que nos han transformado en una generación nihilista, que por no tener no tiene ni ganas de meterle fuego a las calles. Se nos ha enseñado que con la violencia no se consigue nada pero cuando alguien grita frente al parlamento recibe hostias a manos de los perros del Estado, el mismo Estado que solo negocia si los adoquines vuelan (veáse Burgos).



Nos han robado el futuro y, en días como éste que la lluvia no me deja ver mi sombra, pienso que la sombra soy yo.