viernes, 18 de julio de 2014

El creativo y la muchacha

[...]
Ríete de la noche,
del día, de la luna,
ríete de las calles
torcidas de la isla
[...]
          Tu risa (Pablo Neruda)



Frente al jergón había dejado un cenicero a rebosar de chustas y cigarros a medio fumar, junto a éste había dos botellas de vodka ya vacías y una media llena y abierta tumbada en el suelo. Tenía la espalda pegada a la pared y la mirada perdida en el infinito que se vislumbraba por la ventana del estudio. Debía estar amaneciendo, o eso parecía por el griterío de los pájaros. Era el cuarto día consecutivo sin dormir intentando terminar su trabajo. Encendió otro cigarro.

El encargo que le había llegado hace unos días era sin duda el más difícil de su carrera como creativo. No sabía para qué era el texto ni donde sería publicado o a qué sería aplicado. La voz del teléfono solo dijo "Necesitamos que describas la situación de una chica perdida en el infinito provocado por dos espejos se reflejan mutuamente". Primero pensó en que estaban buscando algo para promocionar cualquier cosa del tipo Alicia en el país de las Maravillas, luego se le pasó por la cabeza que quizás fuera para una campaña contra la drogadicción. Cada idea terminaba siendo descartada al poco tiempo por no parecerle suficientemente lógica. Así que el creativo decidió empezar a escribir una historia sin ningún trasfondo más que el de la propia literatura... y encendió otro cigarro (por supuesto).

Abrió los ojos y estaba en medio de un infinito de nada, era todo oscuridad y silencio. Se miró para comprobar que la caída no le había hecho ningún destrozo (solo recordaba haber cerrado los ojos en algún momento de la noche y empezar a caer por una especie de garganta oscura y gigantesca que le pareció eterna). Tras un tiempo indeterminado (y eternizado) aterrizó en una montaña de paja que estaba colocada en medio de la nada y que amortiguó la caída. Al verse sola en medio del vacío se asustó y se puso a llorar. Nadie contestó a esos sollozos.

La cafetera eléctrica estaba pitando, hora de renovar energías. Abrió el frigorífico y lo vio tal y como lo recordaba cuatro horas antes: vacío. Se preparó una taza de café doble, cogió las últimas galletas que quedaban,y que estaban reblandecidas por la humedad, y volvió a la mesa del estudio. Echó un vistazo por la ventana, ya no sabía que hora era.

Anduvo durante un tiempo indeterminado (su reloj ya no le servía de referencia, desde la caída parecía haber enloquecida, iba para adelante e iba para atrás sin ningún sentido aparente) por los páramos del infinito hasta que encontró tomando el sol (inexistente) a una tortuga de un tamaño gigantesto. Ambas se quedaron mirando fijamente, la mirada de una era de curiosidad y la mirada de  la otra de terror.

- Venga niña, deja mirar y túmbate a mi lado, hoy hace un sol espléndido.
- Las tortugas no hablan.
-Es afirmación carece de base empírica, si las tortugas no hablasen yo no la hablaría. ¿No crees? Según tu razonamiento ahora deberías decir que las tortugas sí hablan, pero sería una tontería generalizar, que yo hable no significa que todas las tortugas del mundo hablen ¡qué idiotez! Te imaginas a una Acanthochelys macrocephala cuchicheando... ¿para qué? si esas no tienen nunca nada que decir, aunque una vez conocí a una, uff, qué maruja, era la más cotilla del lugar.

El tiempo pasó, porque el tiempo pasa, aunque en donde estaban ya no había manera humana de medirlo, si es que acaso existe algún tipo de medición precisa para el tiempo, qué más daba que hubieran pasado dos horas que dos meses que dos siglos. Las dos se hicieron buenas amigas durante la indeterminada estancia de la niña allí. Llegado un momento dado la chica hizo las preguntas que llevaba atrapadas dentro.

- ¿Qué es este mundo tan extraño y tan oscuro?
- ¿Extraño? No conozco más mundo que éste ¡extraño será el tuyo! ¿y porqué lo llamas oscuro? El sol es placentero y no habrás visto mejores bosques ni mares en ningún lado.
- Pero yo solo veo oscuridad.
- ¡Abre los ojos!

Se miró al espejo y pensó que llevaba sin afeitarse demasiados días. Había perdido peso y descuidado la limpieza, incluso el baño estaba lleno de colillas -Vida de bohemio- dijo pero en realidad las palabras  que pasaban por su cabeza eran -Qué asco- . Hizo más café pero el cansancio empezaba a pesarle demasiado.

Ante la negación de la tortuga de moverse de sitio la niña decidió seguir caminando. En medio de la oscuridad vio volar a varias gaviotas y pensó que de estar acercardose a algún sitio se estaría acercando al mar. Pasó un rato y a lo lejos contempló lo que parecía un barco. De repente escuchó voces detrás suya. Eran dos piratas, uno con una pata de madera y el otro con un parche y un loro en el hombro.

- ¿Qué tehémos aquí? Carne fresca pá la tripulación

La niña tembló al ver sacar los sables y dirigirse hacia ella a los feroces y tullidos piratas. De repente, y ante el estupor general, apareció un tipo escuálido con una taza de café en la mano.

- Uy, la última vez que atravesé la puerta de la cocina no vine a parar aquí. ¡Anda! si vosotros sois los piratas, os imaginaba en mi cabeza bastantes más pequeños... y tú eres ella, a ti te pensaba mucho más niña.
- ¿Da onde a salió el imbécil éste? Lo amo a pasá en grande en el barco con éste como diana de los cuchillos.
- No no, no os hagáis ilusiones, ahora debe aparecer un perro enorme que salvará a la niña, bueno, a la joven - todo el mundo se quedó quieto y esperando algo- Umm, quizás nunca llegué a escribir esa parte de la historia.

El pirata de la pata de palo y de habilidad lingüística nula lanzó la primera estocada pero el creativo no tuvo problema para esquivar. La segunda casi le da de lleno en el pecho. El contraataque fue lanzar el café ardiendo a la cara del  pirata que se puso a llorar como un crío. Mientras, el tuerto del loro en el hombro había intentado agarrar a la joven y en la disputa habían acabado los dos en el suelo. Ella había conseguido huir pero de repente de la nada surgió un acantilado y se vio entre el abismo y el sable.

- ¡Vete volando! -Gritó el creativo
- Me voy a matar - sollozó la joven
- Confía en mí y salta. Esta es nuestra historia.

La situación era la siguiente: la nada se había tragado a la muchacha, los furibundos piratas alzaban los sables contra el creativo y el creativo se había quedado sin café. El momento se volvió cómico, los tres empezaron a perseguirse dando vueltas en circulo alrededor de un árbol hasta que cayeron exhaustos. El creativo sacó una cajetilla de cigarros y le ofreció a los piratas que sin aire en los pulmones asintieron con la cabeza y cogieron un par. Luego se pusieron a discutir sobre el último mundial de fútbol, los piratas opinaban de que lo debería haber ganado algún equipo caribeño y el creativo se oponía a esa posibilidad por imaginársela absurda. Una vez recuperados siguieron persiguiéndose.

Acorralado y viéndose acabado el creativo pidió unas últimas palabras. Los piratas se miraron y dijeron que por qué no. El creativo comprendió todo, sonrió y empezaron a surgir los colores, la joven apareció volando y la nada se hizo un bosque soleado que daba al mar. Sus últimas palabras fueron "Nos vemos cabrones" y salió volando junto a la muchacha. Los piratas levantaron los sables y empezaron a blasfemar, nunca mejor dicho, contra el cielo.

- ¿Y ahora qué? - preguntó él.
- El barco pirata sigue en la bahía y la tripulación en tierra. Siempre he querido ser una pirata...





miércoles, 2 de julio de 2014

El escritor que escribía sobre un escritor que a su vez era escrito por otro


Can I see another's woe,
And not be in sorrow too?
Can I see another's grief,
And not seek for kind relief?
                    William Blake



El escritor dejó su cigarro sobre el cenicero, miró el reloj de la pared y pensó que para ser las tres de la madrugada hacía demasiado calor. Buscó con la mirada el viejo ventilador metálico, el mismo que llevaba un año sin funcionar, lo localizó en una esquina de la sala. Se levantó y pulsó el botón de encendido, no se encendió nada. Era de esperar. Aprovechando que había dejado su silla fue a por agua fría a la nevera y al volver encendió su transmisor vintage.

La noche salió a bailar con su traje negro azabache,
tan gitana como era no dejó baldosa sin taconear.
A veces me sorprendo a mí mismo mirando el mar,
otras veces me veo sumergido dentro de sus aguas.

Llevaba toda la tarde, y lo que ya había pasado de noche, escribiendo un relato sobre un escritor que escribía una historia pero se quedaba sin inspiración a mitad de ella y se ponía a dar vueltas por su pequeño apartamento como esperando que un rayo de inspiración le marcara el camino. El escritor se imaginaba a su escritor como un escritor se puede imaginar a un escritor, es decir, una suerte de escritor escrito por un escritor previamente escrito por otro escritor que quizás se escribe así mismo pero que seguramente no fuera más que otro elemento escrito por alguna gracia divina o por el azar o algún universo que se extiende y se contrae.

Ella se perdía entre los trenes que no llegaban
y yo la veía pasar y allí no pasaba nunca nada.
Una noche no hubo más olas que las sábanas
que nos dieron cobijo del hambre y de las ratas.

Se asomó a la ventana y vio a la ciudad dormir placidamente bajo su cielo negro cáncer, sobre su asfalto negro cáncer, iluminadas por aquellas luces de farolas cuyas proyecciones provocaban sombras oscuras como el cáncer. Le hubiera encantado lanzar el ventilador contra la carretera y provocar un minuto de caos metálico en el orden de la madrugada, despertar a los vecinos, ver las esquirlas de lo que antes era un aparato eléctrico volar contra los coches aparcados. En definitiva, hacer algo inesperado, provocar un cambio en Matrix.

Si supiera ella la de besos que le debo a su boca
porque llené de besos a otras pensando que eran ella.
Toda una vida buscando lo que no sabía que buscaba
¿Dónde ha estado cuando mi nave naufragaba?

Mientras, en otro lugar, el escritor que escribía sobre otro escritor y que, por lo tanto era escrito previamente por un escritor, escribía sobre el piso de este escritor, me refiero al escritor sobre el que escribía y no al escritor que le escribe. En ese momento se sintió sin inspiración y se levantó, buscó el viejo ventilador metálico y probó a encenderlo pero no funcionaba. Divagó entonces apoyado en la ventana, no sin previamente encender su transistor vintage, y fue a la cocina, allí encontró una cucaracha que curioseaba bajo la mesa. No tuvo piedad, dejó el cadáver allí para que sirviera de aviso a su raza. Llamaron a la puerta.

La noche nos cubrió con su velo negro obscuro
Ella hablaba del futuro, yo de barcos en el mar.
Los dedos de mis manos eran caballos cuatralbos
que se perdían en su cabeza y en su larga melena.

Al otro lado de la puerta estaba otra vez Él. El escritor intentó disimular su cara de asco tan bien como pudo pero apenas consiguió una mueca que le hizo parecer algún animal simiesco. Él, como si estuviera en su casa, se sentó en el sofá, puso sus zapatos sobre la mesita y le hizo la pregunta que le hacía siempre "¿Qué Bob? ¿todavía escribiendo? A ver como pagas este mes las facturas". No podía faltar la respuesta que siempre daba desde la primera vez que le hizo esa pregunta "No me llamo Bob".

Y si la luz quiebra el día que no haya razones para pedir perdón.
Y si te falta algo que buscas piensa en que mañana todo será mejor.

El viejo estaba como siempre, con un traje inmaculado y negro, seguramente italiano, y con los botines lustrosos sobre la mesa. En la última visita el escritor probó a clavarle un cuchillo de cocina en la garganta, lo único que consiguió es que siguiera hablando pero con una voz mucho más gutural e ininteligible. En días previos había probado con otros métodos: lanzarlo por la ventana, asfixiarlo con una bolsa de plástico o incluso tirarle aceite hirviendo... pero nunca se callaba. Si os preguntáis porque el escritor dejaba pasar a tal molesta compañía la respuesta era sencilla, lo que hiciera o dejara de hacer daba igual, si lo dejaba fuera aparecía dentro y si lo dejaba pasar simplemente pasaba.

Me pierdo en sus ojos y caigo en la cuenta
que para morir de pie hay que sangrar en la arena.
Escondernos en palabras que no son nada,
dibujarnos con las manos y pintarnos con saliva.

Mientras, en el otro lugar que no es el otro lugar de antes ni es éste, el escritor que escribía sobre  un escritor y que a su vez era escrito por un escritor previamente escrito, se enfrentaba al el Tiempo con toda la paciencia que puede tener un hombre. "Hey Bob, he leído lo último que escribiste, me parece bueno la verdad, pero seamos sinceros, el relato necesita cambios. Veamos, si en la historia no hay una mujer explícame tú como vas a enganchar al público, sobre todo al femenino. Por otra parte yo, si fuera tú, haría que el escritor fuese realmente un espía, un espía-escritor, pero no solo eso, sería un agente doble ¡eso! ¡un agente doble!. Por lo tanto, siempre llevará encima un revolver que no dudará en usar. También añadía un archienemigo, podría ser un antiguo miembro de la KGB o de la CIA, o quizás de la Gestapo... y todos buscan el Santo Grial o un rollo de esos que se buscan siempre".

Cada noche me acerco a sus oído y siendo objetivo
le describo sus infinitas virtudes y ella, tan pequeña,
hace como si las escuchara por primera vez,
y no me canso de decirle verdades a la cara.

El escritor se había echado un vaso de bourbon y había tomado asiento de espaldas a Él. En algún momento del monólogo se escuchó "Porque Bob, yo no es que sea escritor, más bien soy un lector empedernido, lo que pienso es que deberías dejarte de tonterías y buscarte un trabajo serio. Eso o prueba a escribir sobre vampiros adolescentes o cosas así". El escritor lo miró, apagó el transistor vintage, se acercó a la ventana y se lanzó por ella. Lo último que se escuchó fue "¡Bob! ¡Que te escriben!".