lunes, 23 de mayo de 2016

Impresión, sol naciente

1872, Monet pinta «Impresión, sol naciente». 1948, nazco en un pequeño pueblo de la sierra norte de Sevilla. Mi padre era hijo de un terrateniente, mi madre la maestra del pueblo. Durante mi infancia no recuerdo que me faltara de nada, tuve una recatada y católica niñez. 1967, mi padre nunca estudió, pero quería que su hijo fuese un hombre digno de respeto, así que me envió a estudiar Derecho a París, a la Universidad de la Soborna concretamente. 1968, visito el museo Marmottan y quedo fascinado con la obra de Monet, la imagen del amanecer de «Impresión, sol naciente» quedará grabada en mis pupilas para el resto de mi vida. Un mes después de la visita a la pinacoteca estalla el mayo francés, no entendí nada de aquella rabia estudiantil pero allí descubrí el placer del «arte por el arte» lanzando adoquines contra con la policía. 1969, mi padre decide ponerle fin a mi estancia en Francia debido al escaso aprovechamiento académico. Aun así, no desiste en hacer de su hijo un hombre cultivado y me manda a Madrid con la intención de que me saque la carrera de Derecho. 1974, me licencio y comienzo a trabajar en un despacho de la Gran Vía. Me fijo en Cristina, la secretaria del bufete y a los cinco meses empezamos a salir. 1976, a pesar de nuestros pequeños sueldos Cristina y yo decidimos casarnos, celebramos la boda en la finca familiar. Mis padres se hacen cargo de los costes del evento. 1977, con ayuda de la familia, y gastando nuestros pequeños ahorros, compramos nuestro primer piso en propiedad en la periferia. En el salón cuelgo una réplica del amanecer de Monet. 1979, nace mi hijo Claudio. 1981, nace mi hija Raquel. 1983, pasamos por momentos económicos delicados, las cargas familiares ahogan nuestra economía. Pido un aumento de sueldo en el despacho y me lo conceden. 1985, algún desconsiderado roba «Impresión, sol naciente” del museo. 1986, la familia nos vamos a veranear a Málaga. Recuerdo los niños en la playa haciendo castillos en la arena. Es, quizás, el momento más feliz de mi vida, pero aún no lo sabía. 1989, me hacen socio del bufete, eso supone mucha más carga de trabajo, comienzo a pasarme días enteros atrapado en mi oficina. 1990, las autoridades recuperan «Impresión, sol naciente”. 1992, me ofrecen entrar en política a través de uno de los clientes a los que asesoramos. Acepto solo porque el partido también me pone sueldo. 1993, compramos un chalet en la playa, la vida laboral va viento en popa, pero por la noche cuando vuelvo del trabajo la casa se transforma en Vietnam. 1995, entro a dirigir una concejalía de un ayuntamiento de la periferia. Las irregularidades me llenan los bolsillos, los bolsillos me permiten putas y cocaína, las putas y cocaínas provocan mi divorcio con Cristina, mi divorcio con Cristina provoca más putas y cocaína, el exceso de putas y cocaína me da una cartera de contactos (imprescindible en la carrera política) y una noche en Urgencias por una sobredosis (tuvieron el detalle, visto mi perfil público, de decir que oficialmente me ingresaron por una intoxicación alimentaria). 1996, abandono el despacho y me dedico exclusivamente a la política. 1999, muere mi padre en febrero, en abril mi madre. 2001, me siento como mi progenitor en sus tierras, nadie hace nada sin que yo dé permiso, y nadie gana nada sin que yo me lleve una parte. 2002, llevo tres años sin ver a los niños. Al principio era yo el que descuidé las visitas, luego fueron ellos los que no quisieron venir a verme. 2005, amaso cantidades indecentes de dinero. Tengo cuentas en Suiza, Panamá, Islas Caimán… en tantos paraísos fiscales que el día que quisiera retirar toda mi fortuna podría dejar algún banco sin liquidar en alguna isla perdida por mero despiste. 2007 me compro un tigre y lo dejo en mi finca. No es que me gusten los animales, pero poca gente puede fardar de tener un tigre en su finca. Noto un ligero descenso de visitas cuando estoy allí. 2011, en plena crisis económica sigo amasando unas cantidades exageradas de dinero. La ciudadanía sigue votándome, pagándome, siguen sujetando mi trono de oro mientras el palacio se derrumba. Por suerte ningún escombro cae sobre mi cabeza, las piedras siempre golpean a la gente de abajo. 2012, mi hija se ha casado, no he sido invitado a la boda ni ha aceptado el regalo que le mandé. Eventualmente hablo con mi hijo, está estudiando medicina en Madrid. 2015, sin comentarios. 2016, todas las mañanas contemplo el amanecer del puerto del Havre, su sol humedecido, sus barcas y sus pescadores. Un póster plastificado de «Impresión, sol naciente» es lo único que me dejaron meter dentro. Mi nuevo apartamento no mide mucho más de tres por dos metros y la luz del sol del cuadro de Monet es la única iluminación que entra en mi celda del presidio del Puerto de Santa María. Me han caído cuatros años por blanqueo de capitales y tráfico de influencias. Mis abogados dicen que con suerte en un año estaré fuera. Mientras tanto, me paso el día contemplando ese sol tibio en aquel puerto francés. C’est la vie.