martes, 27 de mayo de 2014

I poeti che strane creature

"I poeti che strane creature
 ogni volta che parlano è una truffa."
                         Fabrizio De André


Anoche me asome al balcón del infinito, allí donde el cielo se ve en toda su enormidad. Atrás mía quedaban risas y brindis pero yo prefería escuchar lo que tuvieran que contarme las estrellas. Un perro me miraba como si esperase que hiciera algo pero yo solo escuchaba. Una de las más brillante me habló sobre lo efimero de nuestros actos y el valor de la mortalidad, el ser humano es tan bello y tan patético, decía, justamente por la limitación de su tiempo vital. Le respondí que era la cuarta o quinta vez que me venía con la misma historia, que ya era suficientemente consciente de lo privilegiado de mi situación y de mi localización. El astro entonces me espetó que ya sabía de sobra lo que yo sabía o dejaba de saber, pero que los que me acompañaban aquella noche no tenían ni idea. Me limité a decir "ellos no pueden escuchar a las estrellas." 

Al oír jaleo en el firmamento, una luz (no sabría decir muy bien si era un planeta, un astro o cualquier otro elemento espacial) vino desde  una esquina del cielo a plantarse sobre mí. "Así que eres tú", me sonó un poco a frase lacaniana así que respondí de manera un poco pueril "supongo que soy yo, porque si tú me llamas tú yo debo ser yo." El cuerpo espacial no pareció entender mi broma y con voz aún más cortante exclamó "la gente como tú solo sois nuestra diversión". Por momentos me alegré de que mi vida fuese un constante espectáculo para público interespacial así que le contesté con tono monótono "bonito alago viniendo de la sombra de una luz apagada años atrás y a la que la Parca aún no ha conseguido atrapar". Visiblemente molesto, el cuerpo espacial sin identificar se giró, miró a la estrella que nunca habla pero que siempre me vigila, me volvió a mirar con ganas homicidas frustradas y se fue por donde había venido. 

El perro seguía observandome como esperando una señal de mi parte. Ayer la luna no me invitó a bailar, no estaba, pero los gatos de mi calle me pidieron que me uniera a ellos para contar las estrellas. Dentro de la casa los litros de cerveza y la carne iban engullendose, fuera solo estaban los animales, el silencio y yo, y sobre nosotros las luces blancas que no dejaban de hablar. Recuerdo la primera vez que escuché una voz venida del firmamento. Era yo apenas un niño de cinco o seis años a punto de entrar en el portal de mi casa, la luna estaba enorme y me dijo "Hola", yo sonreí y la invité a pasar. Desde entonces cada noche que la veo le guiño un ojo, simbolo de nuestra amistad.

Mientras pasaban los minutos fuera de mi apartamento me acordé de una noche en el desierto del norte de Perú. Había subido al tejado de un edificio donde las ratas y demás animales del lugar paseaban con total impunidad (su máximo depredador en aquél momento era un cachorro de gato). Me había tumbado en el suelo dispuesto a hablar con los astros pero no entendí nada: todos estaban descolocados y muchos de ellos eran nuevos para mí. Se presentaron como los viejos dioses en el exilio. Aunque al principio me hablaban con actitud desafiante y desconfiada, terminamos brindando a la salud del inventor del Pisco. Me dijeron que, durante mi estancia allí, me regalarían historias siempre y cuando yo escribiera sobre ellas. Me pusieron también como condición a esas ofrendas el compromiso de volver algún día allí. Al concluir la madrugada me dieron un abrazo, me llamaron Aia Paec y me despedí con un "Volveré con un nombre nuevo". A día de hoy sigo forjando las letras de ese nombre, pero aún no es el momento de cumplir mi promesa.

El perro se tumbó aburrido de esperar a que hiciera algo. Muchas veces he preguntado a los cuerpos celestes con quienes más hablaban a parte de mí, pero siempre respondían que ya llegaría el día en que me cruzara con alguien que también dialogara con ellos y que, seguramente, habría llegado el momento de morir o matar, y si a priori la decisión parecía fácil no lo sería entonces.  Cansado del griterio interestelar entré en el piso, pasé entre el carnaval que estaba teniendo lugar en el salón (paré un momento a repostar cerveza) y me fui directo a mi dormitorio a tumbarme a la cama junto a mi teléfono. No esperaba llamada, no era descartable que sonase, pero no sonó. La incertidumbre de estar junto al móvil esperando que algo inesperado pasase me resultaba más divertido que estar riendo en el salón. Si fuera por mí aquella noche hubiera andando hasta perderme en la oscuridad y hasta que mis rodillas hubieran gritado "no va más", pero con el personal a gritos, con Soledad timidamente desaparecida y la luna oculta en la maleza de la noche, a mí no me quedaba más que ir a reir con los amigos. Cuando todo acabó el perro aún seguía esperan fuera a que yo hiciera algo y las estrellas seguían de farra...





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