lunes, 12 de mayo de 2014

De malditos y poetas


"Esta gitana está loca. Esta gitana está loca. Lo que dice con los ojos lo desmiente con la boca."
Federico García Lorca


Hace poco más de un mes estaba sentado en la cafetería de una ciudad cualquiera, a esa hora aproximada en la que la luna le empieza a perder el pulso al sol y los pájaron anuncian la aurora… a esa mala hora. Sobre la mesa una taza de café y un paquete de cigarrillos vacío, no fumo, ya estaba allí cuando tomé asiento, pero realmente me alegra de que estuviera allí, qué relato de bohemio y maldito sería éste si no tuviera olor a tabaco.

La cafetería estaba a la altura de las circunstancias. Las paredes otrora blancas ahora tenían manchas amarillas y humedades allá donde los ojos pudieran ver. El camarero llevaba una camiseta que bien podía ser un trozo de pared y el olor no era mejor, la estancia hedía a sol y sombra y cognac más que a café.

Lo que provocó el inició de este relato me pilló recordando una conversación que tuve días antes con una chica italiana. Me acusaba de ir de maldito, llevando tal conducta hasta el extremo, en resumidas cuentas, de ser pura estética (esa estética que aplicada al campo literario o musical me da tanto asco). Durante tal burda acusación me pidió que le enseñara lo último que hubiera escrito, mi respuesta fue mostrarle una canción que aún no tenía nombre. Cuando la leyó se quedó pensativa y me pidió que le explicara que significaba la frase “esperando que un beso nos parta la mirada”. Aunque ambos hablamos nuestros respetivos idiomas opte por usar el castellano para describirle una frase que a mí me parecía sencilla. Le dije “Es aquel momento en el que dos personas están frente a frente, mirandose y sabiendo que en cuestión de segundos un beso hará que cierren los ojos.” Ella se quedó callada, a mí me extrañó que hubiera elegido esa oración, a mi parecer esa canción tiene frases bastante más ricas en semiótica, pero ella elegió esa y se quedó en silencio. Lo último que le escuche decir ese día fue “Sei veramente un maledetto”.

Aún daba vueltas en mi cabeza esa condena (todo buen maldito lleva una estrella que le protege de cualquier acontecimiento ajeno, pero siempre acaba aplastado por el peso de su propia sombra. En otras palabras, una agónica muerte para una agónica vida. Espero que la italiana solo exagerase) cuando entró por la puerta del local una chica. Podría decir que era la más atractiva o la más guapa del lugar, pero en honor a la verdad era la única chica en aquél momento en la cafetería. Estaba tan lejos de ser una adonis como de ser fea pero andaba con esos aires de femme fatale, aquellos que huelen a soledad, alcohol y tristeza.

No necesité muchos segundos para saber que esa chica había pasado de mano en mano en las últimas semanas y que estaba lejos de ser feliz. Me lo decían sus ojos, aquellos que se ocultaban detrás de los cristales de sus gafas. Era curioso, cuando más miraba sus gafas más que gustaba pero en cuanto entraba dentro de sus ojos sólo veía inmundicia. A la Soledad hay que saber cabalgarla, si no puedes llevar la montura es mejor probar por otros caminos o el resultado es acabar como la protagonista de este relato.

Me miró, yo ya la miraba y se sentó en mi mesa. Me preguntó si yo era José Salento, aunque me figuré que ya sabía la respuesta. Me dijo que había leído algunos escritos míos y me imaginé que me mentía. Quizás algún poema o alguna canción, pero esos ojos no leen a menudo, eso es algo que sus gafas no pudieron ocultar.

No tardó en decirme “Esta noche duermes conmigo” y yo pensé que últimamente me lo estaban diciendo demasiado. Tenía que haberle dicho que no, que no acostumbro a dormir con mujeres cuyas sábanas huelen a otros hombres. Pero fueron esos ojos, esos tristes ojos, lo que me hicieron aceptar la oferta. Era evidente que su historia, que haría mía, me iba a dar material para escribir o cantar.

Tras un día de excesos y una fiesta en la cual todo el piso había quedado destrozado entré en su dormitorio. Era exactamente como había visto dentro de sus ojos: un cuarto desordenado, sin un solo libro, una luz fea y blanca y apenas nada que decorase las paredes. Lo que pasó después no tiene la menor importancia, ya lo decía Sabina con eso de “Los besos que te dan las chicas malas salen más caros cuando los regalan y huelen a fracaso”. Aunque me invitó a dormir, lo cual agradecí en aquel momento aún viviendo muy cerca, me fuí pocas horas después. Ese cuarto era frío y yo no sabía muy bien porque no había andado la poca distancia que me separaba de mi piso, así que al abrir los ojos y apenas amaneciendo me fui sin tener muy claro si estaba quedando como un cabrón o estaba haciendole un favor a la chica de las gafas por dejarle la cama para ella sola.

Lo que ocurrió en los días sucesivos a este encuentro no tiene perdón por mi parte. Tengo el cuerpo y el alma llena de cicatrices de tantas experiencias en mis ventilargos años de vida, ya nada me coge por sorpresa y tengo recursos para todo, pero tengo cierta tendencia a meter la pata. Si hay una regla de oro con las clase de mujeres que van de femme fatale es que no se repite noche con ellas. Primero, porque no te aportan nada, a menudo éstas no saben más de sexo que lo que han vivido en sus relaciones espontáneas que no por numerosas (o justo por ello) no han aprendido lo que pesa una caricia desde la amistad (o el amor en caso de estar en una pareja); segundo, porque no se duerme con la tristeza, a menudo es contagiosa y adictiva.

Tras un mes haciendo el tonto y con la certeza de que no iba a volver a dormir con la tristeza hasta que se presentara con otros nombres, volví a la misma cafetería y me puse a hacer uso del material recopilado con la chica de las gafas y los ojos tristes. Tenía una canción, que menos, en la que reflexionaba sobre éste tipo de encuentros. Había alguna frase que me llamaba la atención cómo “Es mejor ser agua en la tormenta que nada en la oscuridad” (quizás mi subconsciente me había traicionado) o “Esperando que un beso nos parta la mirada” (curiosa la línea temporal del relato ¿eh?). Parece en lo referente al aprovechamiento musical de la experiencia la cosa había sido un éxito: un amigo me escuchó y ahora se pasa todo el día cantando y silbando la canción. Pero el mes había dado para algo más que una canción, la chica me daba igual, sus gafas que tanto me gustaban también me daban igual, pero con sus ojos tenía una cuenta pendiente. Esos ojos que intentan ocultar un vacío llenado cada noche con mediocridad que se evapora al alba, una suerte de Prometeo encadenado.

Así que para saldar la cuenta y ponerme a esperar tranquillamente a la próxima que me reconociera en aquella cafetería escribí unos versos. Luego recibí una llamada de mi amiga italiana que terminaba diciendome algo así como que “l’amore è solo per i maledetti” y yo pensé “esta chiquilla tiene una obsesión”.

Casi cuando ya me iba se abrió la puerta, entró una chica de la que podría decir que era la más atractiva o la más guapa del lugar, pero en honor a la verdad era la única chica en aquél momento en la cafetería…

Tus ojos

Tus ojos detrás del cristal
son cerraduras que no tienen llave
y una canción suena
y otra noche se rompe en pedazos.
Mis ojos no necesitan cristales,
este alma no la abre nadie.
La gente me dice
“De esos ojos no te fíes”
y yo respondo:
“Esos ojos están vacíos”
Porque aunque hayamos compartido sábanas
tus ojos no me dicen nada;
Y aunque nos abrasara la misma fiebre
tus ojos solo me dan lástima;
y aunque hayamos sido un solo cuerpo
tus ojos se secarán en el tiempo
a la sombra de un recuerdo
con amargo sabor a ceniza.
Porque tus ojos, aún protegidos
por cristales, no son más
que tristes ojos que
   no dicen nada
      que no ven nada
         más que la absurda realidad.
Solitarios ojos que en la
noche aceptan cualquier oferta
y entonces son solo dos ojos
que se vuelven más vulgares
y me dan asco.
Y yo allí, con la cara de tonto, me pregunto:
“¿Por qué le escribo a tus ojos?”
ojos acristalados
   ojos asustados
      ojos que mienten
         más de lo que dicen.
Y yo me respondo a mí mismo
con la voz quebrada por el alcohol:
“Porque son tus ojos”

(07/05/2014)





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