martes, 29 de abril de 2014

Diario de un perro andaluz

"Dense prisa si me quieren enterrar, pues tengo la costumbre de resucitar."
                                                                               Joaquín Sabina



Escribo estas palabras sin ánimo de ser leído, ni lo busco ni lo quiero, ésto es solo un ejercicio de supervivencia, un mero truco para no caer rendido frente al ordenador del trabajo.

Quizás este relato pueda sonar a Bukowski pero no es más que la realidad conceciba como ente subjetivo siempre sujeto a mi punto de vista (un poco estrábico esta mañana). Mi despertar ha sido confuso, se me juntó el ayer con el hoy. No es la primera vez que me pasa, pero hoy es miércoles y después de la marea, dormir tres horas escuchando a Sabina y resucitar, toca ir a trabajar.

Al salir de casa cualquiera que me haya visto habrá pensado que cómo se puede ir con una sonrisa de ojera a ojera a esas horas, sobre todo cuando se tiene el cuerpo lleno de heridas y golpes desde el finde semana pasado. Ya no es tanto que mi rodilla dé pena o que mis magulladuras esten camufladas con ropas que ya no son de esta estación, es simplemente que el conjunto de destrozos que llevo en el cuerpo no son más que señales de intentos de aprovechar cada momento (aunque sea levitando y rodando por un campo de fútbol, entre otros accidentes e incidentes).

"¡Señores, aquí está José Salento!" gritaba repetidamente anoche en medio de una discoteca, en un más que justo castellano, mi compañero turco. La escena era para verla, mejor, para vivirla. Esto no hacía más que anunciar lo inevitable: una mañana larga (digo yo que será así, solo acabo de empezarla y todo ha sido un poco surrealista: caffe e cornetti per tutti nel ufficcio per un santo).

La canción con la que he despertado era "Por el tunel", una manera muy elegante de llamar fresca a tu ex y una letra que, increiblemente, ha quedado en el olvido sabinero. Las tres horas de sueño que separan el caos nocturno y el supuesto orden matinal no hacen más que justificar una verdad que la sociedad oculta: dormir es perder el tiempo. Para muestra, un botón.

Ahora que pasan las semanas y me sumerjo en la obra de Italo Calvino me gustaría jugar un poco con los tú y con los yo, porque lector, si acaso estás perdiendo el tiempo leyendome déjame imaginar tu mañana: Bien, habrás despertado hace unas hora, te habrás duchado y preparado un café. Luego, camino del trabajo, te habrá pasado por la cabeza algún recuerdo, quizás pensaste "¿Qué habrá sido de aquella chica? Aún la recuerdo cada día". Llegaste al curro, encendiste el ordenador y lo primero, sin falta, ojeaste el Facebook, leíste esto (o lo que será este texto), aún con mi aviso previo de que no se leyese, y escribiste un comentario: Tú ¿qué pasa? ¿que no trabajas en tu trabajo? Entonces, el autor de este post habría dicho que sí que trabaja, pero que, a pesar de entrar a las 8.45 de la mañana, la carga de trabajo tiene la mala costumbre de llegar a las 13, justo media hora antes de la supuesta salida; o quizás el comentario escrito sea ¿Por qué escribes tan raro? Sin duda la respuesta sería clara y haría alusión al uso de un teclado extranjero, de esos que suele haber en el extranjero.

Hace ya tiempo que mis pies no están quietos en un mismo sitio durante mucho tiempo: he nacido en Cádiz, me dejé el corazón en Sevilla, conocí lo amaneceres de Córdoba y morí y resucité en Granada. En Lecce cambie de nombre y en Perú conocí a los dioses antiguos. Media Europa ha visto mis andares y la otra media ha sufrido mis lances. En Roma, a mi apuesta fiel, fijé entre hostil y amatorio, en mi puerta este cartel... Y entre tanto vivido y sobrevivido uno empieza a pensar en una improbable inmortalidad. Quizás sea cierto aquello que dijo Alberti "nadie, que enfrente no hay nadie; que es nadie la muerte si va en tu montura".

Pasan los años y con ellos las personas y los lugares y cada vez es más frecuente ver una cara nueva que se parece a otra cara parecida a otra cara originaria. También pasan los nombres, que no se parecen tanto pero que empiezan a ser multitud y por tantos pierden valor. Antes, un nombre de mujer era un tesoro, hoy ya no diferencio entre uno u otro, aunque a veces, y quizás últimamente, alguno se ha colado dentro de mi piel provocando que mi necesidad innata de estar solo se enfrente con lo que sea que llevo dentro y no consiga sacarlo de ahí. En cualquier caso, solo una femina me ha acompañado durante tantos años, me ha mantenido vivo en este mundo que no tiene sentido y me ha permitido subirme a los escenarios que tanto amo, ésta es la Virgen María... no, en realidad no, porque ésta de virgen tiene poco. Me refiero a mi guitarra, que mil veces ha cambiado de tipo y de madera y nunca se ha separado de mí.

Y aquí sigo, en medio de la Calabria, de pie gracias a la cafeína y a las propias ganas de estar de pie. Con el cuerpo magullado y con ropa que camufla las diversas heridas de guerra, de esta guerra que es vivir, que me están asando pero que debo llevar en el trabajo para que no piensen que no soy un andaluz formal. Lo que no saben es que soy un perro, un perro andaluz, que, como dijo una vez el gran Reed haciendo alusión al mundo del espectaculo, no viste según el tiempo si no como quiere.


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