El principal problema de Alberto Sonora
era su impulsividad. En el colegio le había costado llevarse más de un golpe a
puño cerrado; en la universidad escogió Derecho porque por aquellos días estaba
de moda la serie Ally McBeal; le pidió la mano a su novia tras un año viviendo
juntos, luego le reclamó el divorcio tras dos semanas de matrimonio; nueve
meses más tarde registró a su hijo a nombre de Cristiano un lunes tras un fin
de semana donde hubo varios milagros que no fueron precisamente clericales; en
fin, así vivía y así decidió un lunes lluvioso de abril contratar su propia
muerte.
Durante meses fue de muelle en muelle, de tugurio en tugurio hasta que dio con alguien que sabía de alguien que conocía a un fulano que era amigo de uno que tenía un primo peligroso. Las primeras negociaciones rozaron lo ridículo. La apariencia de Alberto, alto, cuarentón y con un frondoso bigote, se les asemejaba a la de un policía encubierto. El primo peligroso solo aceptó el encargo cuando el letrado Sonora les contó su historia, que era básicamente la de un hombre de mediana edad, un fracasado por méritos propios, un padre que llevaba sin ver a su hijo más de 5 años porque éste también le consideraba un perfecto modelo de fracaso. Al primo peligroso le pareció una historia tan tipicamente vulgar, tan de día a día, que pensó que ningún policía se jugaría el cuello llegando allí con una coartada tan sumamente mediocre. Ambos conversaron bajo la luz de una bombilla desnuda en un cuarto oscuro y vacío que estaba ubicado en la parte de atrás de un sucio burdel. Acordaron lo siguiente: 6000 € en metálico por parte de Alberto Sonora y una muerte sin dolor en algún momento del próximo fin de semana. No habría vuelta atrás, esa noche el primo peligroso del algún amigo de fulano desaparecería y no sería posible encontrarlo, no solo por no saber donde buscarlo sino por la gran cantidad de mediadores que habían intervenido en ese encuentro. Ambos se dieron un fuerte apretón de manos dando por cerrado el acuerdo. Sonora pagó y el primo peligroso sonrío como solo saben hacerlo aquellos que pertenecen al hampa.
Durante meses fue de muelle en muelle, de tugurio en tugurio hasta que dio con alguien que sabía de alguien que conocía a un fulano que era amigo de uno que tenía un primo peligroso. Las primeras negociaciones rozaron lo ridículo. La apariencia de Alberto, alto, cuarentón y con un frondoso bigote, se les asemejaba a la de un policía encubierto. El primo peligroso solo aceptó el encargo cuando el letrado Sonora les contó su historia, que era básicamente la de un hombre de mediana edad, un fracasado por méritos propios, un padre que llevaba sin ver a su hijo más de 5 años porque éste también le consideraba un perfecto modelo de fracaso. Al primo peligroso le pareció una historia tan tipicamente vulgar, tan de día a día, que pensó que ningún policía se jugaría el cuello llegando allí con una coartada tan sumamente mediocre. Ambos conversaron bajo la luz de una bombilla desnuda en un cuarto oscuro y vacío que estaba ubicado en la parte de atrás de un sucio burdel. Acordaron lo siguiente: 6000 € en metálico por parte de Alberto Sonora y una muerte sin dolor en algún momento del próximo fin de semana. No habría vuelta atrás, esa noche el primo peligroso del algún amigo de fulano desaparecería y no sería posible encontrarlo, no solo por no saber donde buscarlo sino por la gran cantidad de mediadores que habían intervenido en ese encuentro. Ambos se dieron un fuerte apretón de manos dando por cerrado el acuerdo. Sonora pagó y el primo peligroso sonrío como solo saben hacerlo aquellos que pertenecen al hampa.
A pesar de la pavorosa impulsividad de
nuestro protagonista éste era una persona sumamente metódica en su día a día.
Era verdad que llegado el momento de decidir algo elegía por impulsos, pero en
su vida cotidiana era sumamente ordenado. Por ejemplo, los lunes y miércoles al
salir del despacho volvía por la Palmera para poder pasear por los Jardines de
María Luisa, lo que venía a ser un camino mucho más largo para llegar a su
apartamento; o los viernes iba siempre al cine de la Alameda a la sesión de las
10. Todos los días compraba el pan antes de ir a trabajar y todos los lunes
echaba el euromillón para los jugar el martes y el viernes, y por supuesto, siempre
los mismo números -2, 5, 13, 19, 25 y las estrellas 1 y 2-. Esta era una de sus
costumbres semanales pero obviamente no eran las únicas. Además de éstas tenía
otras manías cotidianas como era lavarse las manos después tocar cualquier
cosa; cerrar una puerta con llave, irse y volver poco después a comprobar si
estaba bien cerrada o bien preguntar la misma cosa dos veces.
El acuerdo se cerró un miércoles de
madrugada, el jueves en el despacho se pidió el viernes libre y por la tarde
gastó los últimos euros que le quedaban en comprar una copiosa cena y alguna
cosa por si día elegido por el “verdugo” era el domingo –no era plan de pasar
hambre el último fin de semana-. El despertar del viernes fue tranquilo, como
si la paz que siempre había anhelado le hubiera llegado por fin. Desayunó y
tras ello se dio una larga ducha, hasta tal punto que la bombona se agotó y el
agua irremediablemente empezó a salir fría. Se tiró desnudo sobre el sofá y
miró la estantería del salón, solo había fotos suyas donde posaba con amigos,
que nunca repetían entre marco y marco,
y figuritas horteras de decoración de tienda china –uno de sus clientes
era asiático, regentaba una tienda “todo
a 1 €” y solía regalarle adornos baratos cada vez que iba a hacer una consulta
al despacho-. Pensó que su vida estaba vacía y la tranquilidad y paz con la
había amanecido se fueron por el mismo lugar que habían venido. En un ataque de
impulsividad llamó a su hijo, llevaban tres meses sin hablar, y la llamada acabó en un monótono “deje su
mensaje”. El móvil último-modelo-versión-china se rompió en varios pedazos al
chocar contra el suelo tras caer del quinto piso. Fuera de control y en pleno
ataque de ira cogió el teléfono fijo que estaba anclado en la pared. Solo
conocía un número de memoria y lo tecleó. La relación con su exmujer siempre
había tenido picos altos y bajos y en estos momentos pasaban con un pico tan
bajo que de haber sido una muestra en una gráfica ésta se saldría de los
márgenes. Tras su divorcio se veían a veces, cuando al letrado Sonora le
apetecía, unas veces para tener sexo y otras veces con la excusa de ir a ver a
su hijo también para tener sexo. Con el paso de los años el número de visitas
bajó hasta ser casi ninguna y su exmujer terminó casándose con otro abogado 4
meses atrás. Ella respondió ¿Sí? y él antes de colgar dijo Puta.
El almuerzo consistió en una serie de
platos congelados que había comprado el día anterior. Al terminar de comer se
fijó que el fregadero estaba ya lleno de platos y cubiertos a lavar, lo que no
le importó a sabiendas que de que no le quedaban muchas más comidas en el
apartamento. Encendió la tele y se tumbó en el sofá. La película que estaba
emitiéndose en aquel momento trataba sobre un perro que se había perdido de sus
dueños en un viaje en coche entre Boston y Nueva Jersey. El can, que era el
protagonista de la película, podía hablar con otros animales siendo aquel
idioma ininteligible para las personas. Tal curioso argumento provocó una
somnolienta sensación que acabó en una profunda y tranquila siesta hasta que en
algún momento de la tarde se escuchó un Pepe cabrón. Alberto Sonora se alzó del
sofá pensando que ya su final había llegado, miró aturdido hacía todos lados
pero no vio a nadie. En el salón se volvió a escuchar Pepe cabrón, tu madre la
calva. Detrás de las cortinas, apoyado en la ventana, el letrado Sonora vio a
un enemigo que pensaba que no iba a volver a ver nunca más.
En el 4º A vivía la señora Dolores,
fiel esposa y madre ejemplar, la cual tenía de marido a Don Jose María
Cubiertas, putero y adicto al polvo blanco. Un día la susodicha Dolores cogió
en su misma cama a su esposo y alguna pilingui de turno y aquello fue una
tragedia. Para aliviar las penas de la ahora divorciada Dolores su hija, por
entonces residente MIR en el Virgen del Rocío, le regaló un simpático loro
verde. Al principio la señora madre rechazó sustituir a un hombre por un bicho
emplumado pero al pasar las semanas en su compañía ya no le parecía tan mala
idea. Le divertía contarle sus penas al animal y un día, después de varios
meses de convivencia, el loro le obsequió a Dolores un Pepe cabrón, lo que
significó instantáneamente amor eterno entre la mujer y el ave y un replanteamiento
de la forma de hablar de Dolores, que siempre había pensado que era muy medida
a la hora se usar palabras malsonantes. La enemistad entre Chuchi, así había
sido bautizado el loro, y el letrado Sonora se inició cuando Dolores cogió como
costumbre poner cada tarde la jaula en la ventana del dormitorio, que estaba
exactamente debajo del de su vecino del 5ªA. Como la siesta de Alberto Sonora
era sagrada aquello trajo una serie de disputas ya que Chuchi era un
extraordinario loro parlante cuya voz era estruendosa. La primera parte de
éstas fueron verbales, el 4ºA defendía su soberanía territorial y alegaba que
era la única ventana con suficiente espacio exterior para colocar la jaula. La
segunda parte de la contienda, y visto que las partes no llegaban a un acuerdo,
fue bélica. El letrado lanzaba objetos hacia la ventana con el fin de tumbar la
jaula o romperla –con la idea de liberar o aplastar al loro-. Entre los objetos
lanzados había de todo: cajas de zapatos, cajas de pizza, cubiertos, un viejo
fax de la oficina… incluso un día el abogado ató una bota a una cuerda y se
dedicó a golpearla durante una hora pero la jaula era una buena jaula y
viéndolas venir la señora Dolores había preparado un anclaje en la base lo que
impedía el movimiento de la construcción metálica. Como contraataque el 4ºA
lanzaba las defecaciones de Chuchi hacia las ventanas del piso de arriba. La
señora Dolores se hizo francotiradora nata de cuchara cargada de excrementos. La guerra era cíclica y anual, cuando ya
parecía que todo iba a tener un final trágico para alguna de las partes, los
meses de frío y agua hacían que Dolores no pudiera colocar la jaula en el
exterior y la tensión se reducía a cero hasta que volvía la primavera.
El letrado Sonora corrió lentamente las
cortinas y allí estaba Chuchi, con su plumaje verde y su habitual contoneo
provocativo. Se miraron fijamente a los ojos, enemigo a enemigo, frente a
frente, el silencio y la tensión se palpaban en el ambiente. En un momento dado
el loro clamó Pepe putero cabrón y el abogado del susto cayó hacia atrás y fue
dar con su trasero contra el frío, duro y humillante suelo. Ese instante fue el
elegido por el animal para batir sus alas y sobrevolar el salón del 5ºA hasta
posarse en un busto de la Virgen de la Macarena hecho de escayola. Lo que
sucedió a continuación de haber quedado constancia para los historiadores
podría haber pasado a los anales de la historia como el equivalente doméstico
de la batalla de Waterloo. Alberto Sonora
lleno de ira y rabia por haber sido humillado por un animal que no superaba los
40 centímetros de altura se levantó de suelo, pensó que en un combate cuerpo a
cuerpo podría ser arriesgado ya que el pico del enemigo tenía pinta de ser un
buen arma blanca y que, una vez muerto, todo lo que había en el salón no
tendría valor, así que tras esa idea todo los objetos se transformaron en
munición. El proceso de Kafka munición, el mando a distancia
munición, el televisor LCD 16 pulgadas munición, las cuatro sillas de la mesa
munición. Pero por más que lanzaba objetos no conseguía alcanzar a Chuchi que
cuando veía venir algo se ponía a volar por el salón hasta que recuperaba su
puesto inicial en el busto de la Virgen del Rocío y exclamaba Pepe cabrón.
Exhausto por el sobreesfuerzo de coger en peso medio mobiliario del salón solo
vio una salida posible, se santiguó y se lanzó contra el pájaro que se alzó en
vuelo. En ese instante Alberto Sonora, católico poco practicante pero muy
capillita, cogió el busto hecho de escayola de la Virgen de la Macarena y de un
certero golpe tumbo a Chuchi. Lo que aconteció después fue una sucesión de
golpes de escayola contra un animal tumbado que hasta su último suspiro gritó
¡Pepe putero cabrón!. El letrado Sonora ató una cuerda alrededor del cuello de
su enemigo, apretó tan fuerte que los ojos estaban a punto de sobrepasar sus
cuencas y la lengua le sobresalía del pico, y lo colgó de la ventana de su dormitorio. Que el mundo
entero contemple mi victoria pensó.
CONTINUARÁ...
No hay comentarios:
Publicar un comentario