Dicen que el amor es un acto irracional desde que comienza hasta que acaba, de hecho opino que lo único cuerdo que sucede en él es su final. A menudo basta una taza de café para que estalle una chispa y prenda el fuego y la Fantasía, muy dada a bañar con gasolina los mundos paralelos que arden, empieza a tejer un futuro impoluto e inocente.
No hay amor si
no hay fantasía, pero sí hay muertos haya o no haya guerra. Así es el hombre,
hecho de carne y hueso, hecho de egoísmo e indiferencia. Capaz de quemar sus
naves, de vender su alma por grandeza, de escupir sobre su propia sangre. Y de
repente, un día cualquiera, de entre la podredumbre nace una luz que empieza a rebotar contras las calles del
corazón y una serpiente baila y baila en los intestinos, y todo lo que antes
era negro empieza a tomar color.
Que ridícula
situación esa en la que sin motivo alguno todo un ideario se cae a pedazos. Hay
que diferenciar, aun siendo todos irracionales, los diferentes tipos: el amor
de una madre, que es totalmente incondicional, y el amor común, que suele ser bastante
volátil.
El exceso de
enamoramiento embriaga. Tanto es así que de haber tenido una cabeza más fría y
un poco de paciencia el elaborado plan de Julieta no hubiera acabado con dos
cadáveres sobre el suelo. Pero eso es el amor, un delirio constante.
Todo cambia
cuando toca poner punto, da igual que sea punto final o seguido. A veces es el
propio amor el que raja los lazos de la unión e impone otros. Qué paradoja que
al mismo tiempo este sea juez y parte o asesino y víctima. Otras veces
simplemente se gasta lo que hubiera, llámalo química o llámalo enamoramiento,
qué más da. Cuando se acaba toca escribir la elegía por la Fantasía. Nunca un
muerto fue malo ni hizo nada mal, y por lo tanto el frío recuerdo que es el
cadáver de la Fantasía es bello y melancólico, aunque en vida esta hubiera sido
pendenciera y traidora.
Entonces los
barcos se hunden y hay quién sale a flote o quién va a dormir con los
peces. Hay quién en la ruptura enarbola
la bandera de la victoria, hay quién lleva la marca de la derrota y hay quién
por no matar termina muriendo. Puede pasar que, como un salvavidas gigante, la
Vanidad haga acto de presencia y por orgullo saque a flote a sus marineros. No
podrá negar que su barco se ha hundido pero sabe que lo importante es llegar al
puerto, ya sea sobre madera o nadando. La Vanidad es
un arma peligrosa, te mantiene con vida pero no tiene reparos por llevarse por
delante a quién se cruce en su camino, por lo que siempre hay que esgrimirla
con el más sumo cuidado.
Es curioso ver
en el parque como las parejas se juran amor eterno a sabiendas que todo lo que
tiene un principio tiene un final. Esa gran verdad, que es el paradigma de los
poetas, es la que da valor a las cosas, como por ejemplo a la vida. ¿Qué valor
puede tener un momento dado si existe un infinito número de probabilidades de
que tarde o temprano pudiera repetirse?
Si en algo
coinciden la Fantasía y la Vanidad es en afirmar que a menudo un final siempre
es el principio de algo.