martes, 20 de mayo de 2014

20 de mayo del 2014


"Ojalá se te acabe la mirada constante
La palabra precisa, la sonrisa perfecta
Ojalá pase algo que te borre de pronto
Una luz cegadora un disparo de nieve
Ojalá por lo menos que me lleve la muerte
Para no verte tanto para no verte siempre
En todos los segundos en todas las visiones
Ojalá que no pueda tocarte ni en canciones"
                                   Silvio Rodríguez

Ayer me escribió una buena amiga, me dijo que me retaba a que escribiera algo cuya historia se desarrollase durante el día, que parecía que solo vivía de noche. Después me llamó golfo como omitiendo que me despertaba todas las mañanas a las 7.30 para ir a trabajar, siendo verdad que había días que dormía bien poco. 

Mi despertar hoy no ha estado mal, he leído que una revista argentina llamada "Malas lenguas" ha publicado un artículo sobre mí, es una buena noticia con la que empezar este martes 20 de mayo de 2014. No puedo escribir sobre lo que sucederá durante éste día porque tendría que hacer un desarrollo ficcional sobre el futuro y eso es aburrido y poco verosimil, así que echaré una mirada atrás a todos los 20 de mayo que he vivido últimamente.

La luz entraba por la ventana de la buhardilla impactando literalmente en toda mi cara. Me pregunto si el inventor de las persianas las patentó y se negó a venderlas a Italia. Miré el reloj, apenas eran las 9 de la mañana y mi último recuerdo de anoche era más o menos a las 4 de la madrugada, cuando acababa de llegar a casa y me había metido en la cama para apenas levantarme porque alguien había llamado a la puerta. Seamos sinceros, no hay nadie en esta ciudad tan idiota de molestarme a esa hora salvo ella, así que bajé en calzoncillos (cómo suelo dormir) sabiendo que al abrir el portón ella iba a estar allí con esa sonrisa estúpida y vocalizando mal por el exceso de los mil cubatas que llevaría esa noche. Efectivamente. Normalmente pensaría que había venido, como tantas veces, a decirme "buenas noches" para luego irse directa a su casa, pero esa noche sabía que no. Supongo que ese sinsentido de vida era lo que me gustaba de ella.

Esta vez no dijo nada, me dio un empujón, entró hasta el escritorio y se llevó una copia para corrección de "Elegía por la Fantasía o elogio a la Vanidad" (a la versión final terminé llamandola "Entre el salitre"). Me dijo "ya te lo devolveré" y mientras se iba le contesté "te lo puedes quedar, es un regalo".  En realidad todo mi piso está perfectamente ordenado, soy un maniático del orden, y los libros están donde tienen que estar, no sobre la mesa. Pero ella era previsible, sabía que aquella noche aparecería por allí como un huracán sabiendo que tenía copias del libro, sabía que cogería la primera que viera sin pedirme permiso y sabía que no iba a mediar palabra. Así que dejé un libro dedicado y firmado sobre la mesa a la espera de que apareciese.

El caso es que puse un pie fuera de la cama en cuanto el sol me dijo que no me iba a dejar dormir más y me fijé que todo el suelo de la buhardilla estaba repleto de botellas vacías de agua, lo que era síntoma evidente de que cada noche que pasaba empezaba a ser una noche para contar. Bajé al piso, todo estaba  lleno de los manuscritos de lo que sería "Entre el salitre" y un folio con las firmas ensayadas de José Salento. El móvil estaba tirado en el suelo y al mirarlo vi un mensaje de las 5.30 de la mañana "Me he ido leyendo tu libro camino a casa, me encanta el poema de Dos idiotas". Era previsible hasta para eso.

Hice tostadas y zumo de naranja natural, todo fuera por llevar una vida sana (aunque fuera solo mientras el sol vigilase) y contentar a la chica que estaba atrincherada entre mis sábanas. Le llevé el desayuno y ella me pidió, como siempre hacía, que la dejase dormir más, yo para variar le llamé "marmota" y sonreímos. Luego desayunos, nos desayunamos y cogí mi guitarra. Entonces tenía que escucharla a ella decir "déjala" "hazme caso" "dí algo", pareciera como si estuviera celosa de la madera que tenía bajos mis brazos. La comprendo. El cariño y el amor que he profesado desde mi adolescencia por mi guitarra nunca lo tendré por un ser humano, y eso era algo que ella no podía comprender porque, a mi pesar, ella no sabía volar. "Basta ya" dijo, y luego se sumergió en el montón de apuntes de la universidad que siempre iban con ella.

El sol pegaba como nunca sobre el mirador de San Nicolás, serían cerca de la 1 de la tarde y yo miraba otra vez esas escaleras como buscando el pasamanos inexistente al que me había intentado agarrar antes de hacerme un destrozo en mi rodilla meses antes. Llegaba la caballería cargada de botellas de cerveza y comida como para surtir a un regimiento. Había fiesta en mi edificio y yo hice de buen anfitrión yendo a buscar a los que se presuponen futuros intelectuales de esta ciudad. Eso hubiera sido así hace 20 o 30 años, ahora son solo exiliados sociales que no tienen sitio en este país. Aunque siempre es un placer poder tomar una cerveza hablando de literatura.

Había metido el coche justo al escenario, tenía que descargar todo el material para el concierto y no me convencía ir cargando con un Marshall que podía pensar más que yo por todo el recinto. Por suerte para todos el escenario estaba al lado de la barra. Miré el equipo y me sentí orgulloso de tocar con el mismo que horas después iba a usar Albertucho. Había llovido mucho desde la última vez que había subido a un escenario así que me pareció apropiado besar la madera en cuanto puse un pie sobre ella. Miré al público, la busqué a ella sabiendo que no estaba y pensé que esta ausencia no se la iba a perdonar. Me alegró la vista ver llegar a la morena que tanto hablaba sobre Cortazar, sí, venía con el novio, pero la existencia de éste no parecía importarle mucho hace dos semanas.

Llevaba toda la tarde preguntandome donde estaría la ropa que me faltaba. No era mucha pero la ausencia de ropa interior era notable, sobre todo porque nunca me había sobrado. Busqué debajo de la cama, detrás de las cortinas e incluso en la lavadora. No encontré rastro de mis prendas pero eché de menos otra cosa, el cachorro de perro que había adoptado hacía pocos días. No hay que ser Sherlock Holmes para relacionar ambas desapariciones así que me fuí al único sitio donde podían estar ambos, en su transporting. Abrí la puerta, el cachorro no mediría más que mi mano abierta y vi sobre una montaña de calcetines al perro tumbado. Me recordó el pasaje de El Hobbit en el que Smaug, el poderoso dragón, defiende su tesoro. Así estaba el animal, gruñendo como un loco como si pudiera asustarme con ese tamaño, "la que te va a caer" pensé.

Sobre la mesa había restos de yerba y pequeños charcos de cerveza y de ron. Todo el mundo se reía. Pienso que nada tiene sentido, esta felicidad es efimera. No la que traen las drogas, esa se queda en la memoria, me refiero a este reir superficial. No va más, ninguno de los que hay presentes en la habitación llegará más lejos de donde sus pies les lleven, ni lo harán ni se les pasará por la cabeza hacer otra cosa. Risas. Todo tan superfluo. Me aburro, me aburro tanto siempre, esta vida no es para mí. Fuera el sol cordobés abrasa el pavimento.

Empieza a anochecer. Pongo los pies sobre una silla y bebo de una Peroni helada. Miro a mi alrededor "Tutto a posto?" "A posto". Hoy es 20 de mayo de 2014 y bebo una cerveza acompañado de buena gente, de esa que "laboran, pasan y sueñan". Miro arriba y pienso la de "mala gente que camina y va apestando la tierra" que vivirá sobre la Penisiline. Me pregunto que clase de persona seré yo: he creado tantos castillos en el aire que me consideran grande y me aplauden allá por donde voy, pero los pilares de esos castillos son historias robadas, trozos de almas ajenas que he hecho mía y a las que les que he quitado, junto con el alma, el derecho a replica.




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