miércoles, 28 de agosto de 2013

Sobre la Fantasía y la Vanidad

Dicen que el amor es un acto irracional desde que comienza hasta que acaba, de hecho opino que lo único cuerdo que sucede en él es su final. A menudo basta una taza de café para que estalle una chispa y prenda el fuego y la Fantasía, muy dada a bañar con gasolina los mundos paralelos que arden, empieza a tejer un futuro impoluto e inocente.

No hay amor si no hay fantasía, pero sí hay muertos haya o no haya guerra. Así es el hombre, hecho de carne y hueso, hecho de egoísmo e indiferencia. Capaz de quemar sus naves, de vender su alma por grandeza, de escupir sobre su propia sangre. Y de repente, un día cualquiera, de entre la podredumbre nace una luz  que empieza a rebotar contras las calles del corazón y una serpiente baila y baila en los intestinos, y todo lo que antes era negro empieza a tomar color.

Que ridícula situación esa en la que sin motivo alguno todo un ideario se cae a pedazos. Hay que diferenciar, aun siendo todos irracionales, los diferentes tipos: el amor de una madre, que es totalmente incondicional, y el amor común, que suele ser bastante volátil.

El exceso de enamoramiento embriaga. Tanto es así que de haber tenido una cabeza más fría y un poco de paciencia el elaborado plan de Julieta no hubiera acabado con dos cadáveres sobre el suelo. Pero eso es el amor, un delirio constante.

Todo cambia cuando toca poner punto, da igual que sea punto final o seguido. A veces es el propio amor el que raja los lazos de la unión e impone otros. Qué paradoja que al mismo tiempo este sea juez y parte o asesino y víctima. Otras veces simplemente se gasta lo que hubiera, llámalo química o llámalo enamoramiento, qué más da. Cuando se acaba toca escribir la elegía por la Fantasía. Nunca un muerto fue malo ni hizo nada mal, y por lo tanto el frío recuerdo que es el cadáver de la Fantasía es bello y melancólico, aunque en vida esta hubiera sido pendenciera y traidora.

Entonces los barcos se hunden y hay quién sale a flote o quién va a dormir con los peces.  Hay quién en la ruptura enarbola la bandera de la victoria, hay quién lleva la marca de la derrota y hay quién por no matar termina muriendo. Puede pasar que, como un salvavidas gigante, la Vanidad haga acto de presencia y por orgullo saque a flote a sus marineros. No podrá negar que su barco se ha hundido pero sabe que lo importante es llegar al puerto, ya sea sobre madera o nadando. La Vanidad es un arma peligrosa, te mantiene con vida pero no tiene reparos por llevarse por delante a quién se cruce en su camino, por lo que siempre hay que esgrimirla con el más sumo cuidado.

Es curioso ver en el parque como las parejas se juran amor eterno a sabiendas que todo lo que tiene un principio tiene un final. Esa gran verdad, que es el paradigma de los poetas, es la que da valor a las cosas, como por ejemplo a la vida. ¿Qué valor puede tener un momento dado si existe un infinito número de probabilidades de que tarde o temprano pudiera repetirse?

Si en algo coinciden la Fantasía y la Vanidad es en afirmar que a menudo un final siempre es el principio de algo.


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