Ríete de la noche,
del día, de la luna,
ríete de las calles
torcidas de la isla
[...]
Tu risa (Pablo Neruda)
Frente al jergón había dejado un cenicero a rebosar de chustas y cigarros a medio fumar, junto a éste había dos botellas de vodka ya vacías y una media llena y abierta tumbada en el suelo. Tenía la espalda pegada a la pared y la mirada perdida en el infinito que se vislumbraba por la ventana del estudio. Debía estar amaneciendo, o eso parecía por el griterío de los pájaros. Era el cuarto día consecutivo sin dormir intentando terminar su trabajo. Encendió otro cigarro.
El encargo que le había llegado hace unos días era sin duda el más difícil de su carrera como creativo. No sabía para qué era el texto ni donde sería publicado o a qué sería aplicado. La voz del teléfono solo dijo "Necesitamos que describas la situación de una chica perdida en el infinito provocado por dos espejos se reflejan mutuamente". Primero pensó en que estaban buscando algo para promocionar cualquier cosa del tipo Alicia en el país de las Maravillas, luego se le pasó por la cabeza que quizás fuera para una campaña contra la drogadicción. Cada idea terminaba siendo descartada al poco tiempo por no parecerle suficientemente lógica. Así que el creativo decidió empezar a escribir una historia sin ningún trasfondo más que el de la propia literatura... y encendió otro cigarro (por supuesto).
Abrió los ojos y estaba en medio de un infinito de nada, era todo oscuridad y silencio. Se miró para comprobar que la caída no le había hecho ningún destrozo (solo recordaba haber cerrado los ojos en algún momento de la noche y empezar a caer por una especie de garganta oscura y gigantesca que le pareció eterna). Tras un tiempo indeterminado (y eternizado) aterrizó en una montaña de paja que estaba colocada en medio de la nada y que amortiguó la caída. Al verse sola en medio del vacío se asustó y se puso a llorar. Nadie contestó a esos sollozos.
La cafetera eléctrica estaba pitando, hora de renovar energías. Abrió el frigorífico y lo vio tal y como lo recordaba cuatro horas antes: vacío. Se preparó una taza de café doble, cogió las últimas galletas que quedaban,y que estaban reblandecidas por la humedad, y volvió a la mesa del estudio. Echó un vistazo por la ventana, ya no sabía que hora era.
Anduvo durante un tiempo indeterminado (su reloj ya no le servía de referencia, desde la caída parecía haber enloquecida, iba para adelante e iba para atrás sin ningún sentido aparente) por los páramos del infinito hasta que encontró tomando el sol (inexistente) a una tortuga de un tamaño gigantesto. Ambas se quedaron mirando fijamente, la mirada de una era de curiosidad y la mirada de la otra de terror.
- Venga niña, deja mirar y túmbate a mi lado, hoy hace un sol espléndido.
- Las tortugas no hablan.
-Es afirmación carece de base empírica, si las tortugas no hablasen yo no la hablaría. ¿No crees? Según tu razonamiento ahora deberías decir que las tortugas sí hablan, pero sería una tontería generalizar, que yo hable no significa que todas las tortugas del mundo hablen ¡qué idiotez! Te imaginas a una Acanthochelys macrocephala cuchicheando... ¿para qué? si esas no tienen nunca nada que decir, aunque una vez conocí a una, uff, qué maruja, era la más cotilla del lugar.
El tiempo pasó, porque el tiempo pasa, aunque en donde estaban ya no había manera humana de medirlo, si es que acaso existe algún tipo de medición precisa para el tiempo, qué más daba que hubieran pasado dos horas que dos meses que dos siglos. Las dos se hicieron buenas amigas durante la indeterminada estancia de la niña allí. Llegado un momento dado la chica hizo las preguntas que llevaba atrapadas dentro.
- ¿Qué es este mundo tan extraño y tan oscuro?
- ¿Extraño? No conozco más mundo que éste ¡extraño será el tuyo! ¿y porqué lo llamas oscuro? El sol es placentero y no habrás visto mejores bosques ni mares en ningún lado.
- Pero yo solo veo oscuridad.
- ¡Abre los ojos!
Se miró al espejo y pensó que llevaba sin afeitarse demasiados días. Había perdido peso y descuidado la limpieza, incluso el baño estaba lleno de colillas -Vida de bohemio- dijo pero en realidad las palabras que pasaban por su cabeza eran -Qué asco- . Hizo más café pero el cansancio empezaba a pesarle demasiado.
Ante la negación de la tortuga de moverse de sitio la niña decidió seguir caminando. En medio de la oscuridad vio volar a varias gaviotas y pensó que de estar acercardose a algún sitio se estaría acercando al mar. Pasó un rato y a lo lejos contempló lo que parecía un barco. De repente escuchó voces detrás suya. Eran dos piratas, uno con una pata de madera y el otro con un parche y un loro en el hombro.
- ¿Qué tehémos aquí? Carne fresca pá la tripulación
La niña tembló al ver sacar los sables y dirigirse hacia ella a los feroces y tullidos piratas. De repente, y ante el estupor general, apareció un tipo escuálido con una taza de café en la mano.
- Uy, la última vez que atravesé la puerta de la cocina no vine a parar aquí. ¡Anda! si vosotros sois los piratas, os imaginaba en mi cabeza bastantes más pequeños... y tú eres ella, a ti te pensaba mucho más niña.
- ¿Da onde a salió el imbécil éste? Lo amo a pasá en grande en el barco con éste como diana de los cuchillos.
- No no, no os hagáis ilusiones, ahora debe aparecer un perro enorme que salvará a la niña, bueno, a la joven - todo el mundo se quedó quieto y esperando algo- Umm, quizás nunca llegué a escribir esa parte de la historia.
El pirata de la pata de palo y de habilidad lingüística nula lanzó la primera estocada pero el creativo no tuvo problema para esquivar. La segunda casi le da de lleno en el pecho. El contraataque fue lanzar el café ardiendo a la cara del pirata que se puso a llorar como un crío. Mientras, el tuerto del loro en el hombro había intentado agarrar a la joven y en la disputa habían acabado los dos en el suelo. Ella había conseguido huir pero de repente de la nada surgió un acantilado y se vio entre el abismo y el sable.
- ¡Vete volando! -Gritó el creativo
- Me voy a matar - sollozó la joven
- Confía en mí y salta. Esta es nuestra historia.
La situación era la siguiente: la nada se había tragado a la muchacha, los furibundos piratas alzaban los sables contra el creativo y el creativo se había quedado sin café. El momento se volvió cómico, los tres empezaron a perseguirse dando vueltas en circulo alrededor de un árbol hasta que cayeron exhaustos. El creativo sacó una cajetilla de cigarros y le ofreció a los piratas que sin aire en los pulmones asintieron con la cabeza y cogieron un par. Luego se pusieron a discutir sobre el último mundial de fútbol, los piratas opinaban de que lo debería haber ganado algún equipo caribeño y el creativo se oponía a esa posibilidad por imaginársela absurda. Una vez recuperados siguieron persiguiéndose.
Acorralado y viéndose acabado el creativo pidió unas últimas palabras. Los piratas se miraron y dijeron que por qué no. El creativo comprendió todo, sonrió y empezaron a surgir los colores, la joven apareció volando y la nada se hizo un bosque soleado que daba al mar. Sus últimas palabras fueron "Nos vemos cabrones" y salió volando junto a la muchacha. Los piratas levantaron los sables y empezaron a blasfemar, nunca mejor dicho, contra el cielo.
- ¿Y ahora qué? - preguntó él.
- El barco pirata sigue en la bahía y la tripulación en tierra. Siempre he querido ser una pirata...